contra las cuerdas

Fotos y autógrafos

“Y es que esta es mi corteza
donde el hacha golpeará…”



Hace más de un mes un compañero de trabajo se acercó y me mostró una foto en la pantalla de su celular. Había dos tipos, pero no reconocí quiénes eran. “Estuve cuatro horas con Dios”, me dijo, sabiendo –ya está resignado- que yo iba a empezar a hacer chistes sobre el asunto. “Uy, me lo imagino… No… Spinetta…”. “El Flaco, un maestro…”, empezó, y ahí arrancó con la historia de su encuentro con Mr.S. Traté de pararlo con chistes, cargadas, etc, pero él es tan fan, tan incontenible en su admiración, que me tuve que meter el sentido del humor en el traste. De última no pude evitar tirarle unos dardos al plomo de Luis Alberto, sabiendo –ya estoy resignada- que el fan no iba a escuchar absolutamente nada que no fuera el relato extasiado y al detalle de su reunión cumbre con el ídolo. Es más, yendo para el baño, vi en el monitor de su computadora la foto ampliada que me mostró en el celular: él y Mr S, Mr S y él… felices, no sé, supongo.
Unos días después lo tengo a Nacho Vegas –sí, Nacho Vegas, el tipo que me voló la cabeza hace menos de un año- sentado enfrente. Lo vi dibujar su firma –dibujar, no estampar-, pero no era precisamente un autógrafo. Era el ticket de un hotel por un trago que estaba tomando. Por supuesto que estaba ahí por una cuestión de trabajo, y con muchísimo gusto (aclaro). Jamás me acercaría (no estaría ni a cinco metros) de alguien que admiro, a menos que haya un grabador y un cuestionario de por medio. Nunca le pedí un autógrafo a nadie (ni tuve el deseo ni me arrepentí de no haberlo hecho) y ni hablar de sacarse fotos… Es más, ni siquiera tengo una cámara.
Últimamente no pude dejar de pensar en qué distintas son las relaciones que se pueden establecer entre los que escuchamos música y los músicos, los admiradores y los artistas, los fans y los idolatrados, y los cholulos que se cuelan en todas partes sin remedio. También me di cuenta –con cierta fatalidad- que tal vez yo ya no sea más fan de nadie… Excepto, claro, en algunas circunstancias…

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Entrevistar es como asesinar por encargo. Cumplir con un cuestionario… Escuchar para repreguntar… Son un puñado de técnicas que, en caso de fallar, podrían arreglarse o adornarse con una buena edición. Si me dijeran “David Bowie está saliendo para tu casa” me temblarían las piernas. Si me dijeran que hay que entrevistarlo dentro de diez minutos, lo único que me preocuparía sería tener pilas suficientes en el grabador. Igual que al asesino le preocuparía tener balas en el cargador. Obviamente también putearía un rato (10 minutos) por la falta de tiempo para armar un cuestionario… Es así. Cuando tenés que apretar el play no te puede temblar el pulso, no importa quién esté adelante.
En la época en que entrevistaba –casi por inercia- a algunos de los músicos de nuestro querido rock nacional, nunca faltaba alguien que te venía con el pedido de arrancarle a “su” ídolo un autógrafo estampado en un disco o una dedicatoria a tal o cual. Siempre dije que no, obviamente, explicando con paciencia la “situación”. Lo más curioso es que a mí sí me quedó una suerte de involuntario “souvenir”: un par de dibujos que hizo Andrés Calamaro en las servilletas de papel de un hotel (que están guardadas en un libro, durmiendo ahí con la admiración y el cariño que yo sentía por Calamaro).

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En mi actual morada sólo tengo una foto de los Stones, de la primera formación, enmarcada y colgada en el living. Todo un bagaje de carpetas con fotos y demás quedó en la casa de mis viejos, donde hay mucho espacio. Ya no me interesa tenerlas ni mirarlas. En lo de mis viejos también quedaron unos posters gigantes y muy lindos de Bowie y de los Beatles, que mi sobrina de un año mira con asombro, y hasta adquirió el extraño ritual de ir a “saludarlos”.
La devaluación y la era del MP3 mataron al fetichismo, que es inherente al fan: la colección de discos importados, los libros de fotos, las biografías, los aparatosos VHS… Claro que siempre van a abundar los soportes para el fetichismo: la ilimitada disponibilidad de imágenes y de información que generó Internet, por ejemplo, es un gran disparador. Pero el culto al objeto – la obsesión coleccionista, las recorridas interminables, los gastos desproporcionados (que implicaban verdaderas privaciones en otros terrenos), el lugar de almacenaje que ocupaban estas cosas – eso está camino de pasar a mejor vida. A mí particularmente me parece de lo más saludable (si es que hay algo “saludable” en todo esto).
Creo que el único aspecto del “arquetipo fan” que queda en mí es la histeria por las entradas… las entradas para ciertos recitales… me la venden y la compro. “¿Pero vienen? ¿Están las entradas? ¿Quedan entradas? ¿Te mando un giro? ¿Vos me hacés el favor de comprarlas? Mejor si vas a la mañana temprano por si se agotan… porque a lo mejor a la mañana temprano hay menos cola, viste? Blah, blah, blah…..”. Amigos y conocidos que tengo en Buenos Aires han padecido esta tortura con verdadero estoicismo. Y les agradezco enormemente que hayan sabido comprender estos retazos de fan desclasada, desobediente y desubicada que, como todo lo demás, seguro se van a ir erosionando con el tiempo.

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Siempre dije que no podría mantener (ni empezar) una relación de pareja o de amantes con un músico de rock porque no comparto su estilo de vida: los viajes constantes, la vida nocturna… por no hablar de los excesos con las drogas y el alcohol. Además los músicos suelen rodearse de personas serviles a su profesión. A ellos hay que seguirlos, ellos no siguen a nadie. Y esa no es mi visión de compartir una relación. Pero una vez me crucé con un músico, y me enamoré… o creía que me había enamorado. Yo no sentía ninguna admiración en particular por lo que él hacía. La relación nació porque había una fuerte atracción física, como en tantas otras… o al menos eso era lo que pensaba entonces.
A los pocos meses, algunas situaciones empezaron a incomodarme. Nunca pude olvidarme de la mirada acusatoria del bajista, una vez que salíamos de un recital y nos subimos a un auto importado, mientras el resto de la banda estaba cargando los instrumentos en una combi. Aunque no era el caso, me sentí como una groupie. Fue horrible. En ese momento me hubiese gustado más ayudar al grupo a desarmar el escenario.
Otra vez fue peor. Y significó una especie de quiebre. Fue en un show donde él estaba invitado a cantar. Era un tema difícil, y cuando empezó a cantarlo… bueno, yo nunca me había imaginado que podía cantarlo tan bien… Entonces pasó algo extraño: no lo reconocí. Sentí que esa persona que estaba en el escenario no era la misma con la que charlaba, comía o hacía el amor. Esto es algo muy común, que le debe haber pasado a millones de personas. Así y todo no es fácil de explicar, y de superar tampoco. Esa noche me escapé del show, y ya ni me acuerdo qué excusa inventé por la huída. Lo concreto es que a partir de ahí la relación empezó a enfriarse, y meses después terminó en una despedida que parecía sacada de una película.

En aquel momento yo estaba estudiando Periodismo, no tenía un trabajo de tipo profesional, digamos, en ningún medio, y entablar una relación íntima con un músico no me generaba ningún conflicto. Después el panorama me cambió… Creo que los periodistas y críticos de rock no deberían estar incorporados en el circuito de amistades de los músicos, aunque reconozco que este es un tema espinoso y cada cual manejará los límites como puede. Una cosa es una charla en un encuentro casual y otra bien distinta es una amistad, una complicidad continua. Hay una disciplina que debería recuperarse: la del periodista y el crítico obsesivamente observadores: involucrados pero observadores, afectados pero observadores, (des)leales pero observadores, arriesgados pero observadores, manipuladores pero observadores. En la observación siempre hay una distancia. Y en la expresión de esa observación un abismo.

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En la Rolling Stone de abril salió un ranking con los mejores 100 discos del rock nacional. Por lo general me aburren este tipo de rankings, pero me detuve en este porque… bueno, yo no soy “fan” del rock nacional, soy muy despreocupada al respecto. Entonces quería refrescar mi memoria. ¿Para qué? No sé. Tal vez sienta un poco de culpa… Como era de imaginar el ranking resultó un verdadero “baño de Spinetta”… Spinetta y sus grupos… Spinetta y sus amigos… Spinetta y su “poesía”… Spinetta y la gente a la que le gusta Spinetta…
Yo sufro del trauma de “Tester de violencia”. Fue el primer disco que escuché del Flaco. Cuando andaba por “La bengala perdida” creí que me iba a descomponer. Alguna vez tuve los discos de Pescado. Después los vendí. Al resto los pedí prestados, los devolví, ni me acuerdo. Son un montón. Tiene más discos que Dylan. Si no fuera tan haragana para grabar me hubiese armado un compilado con lo que rescataba del tipo… Pero ya pasó el tiempo. No voy a volver a escuchar esos discos.
Por supuesto que una vez me tocó hacerle una nota. Pero el Dios dijo que tenía que ser por mail. Por un lado fue un garrón, porque así no se hace una entrevista. Por otro lado fue un alivio, porque creo que fue por la época en que le agarró esa pataleta con Schanton y yo tenía ganas de embocarlo. Me parece que al final el resultado no fue tan malo. Al menos en las respuestas no se puso a hablar de “la luz”, “el sol”, etc. (un cassette que tiene puesto hace 30 años).
Charlar por teléfono o cara a cara con un “no-ídolo” (para uno) es algo terrible. Aunque pasaron los años, todavía me sigo negando que estuve encerrada cuatro horas con Charly García. Fue una pesadilla, y quiero que quede como una pesadilla. ¿Se imaginan encararlo a Spinetta con una pregunta que no entre en “su” cuestionario? Si el tipo insulta y dice barbaridades de los que los elogian, ¿qué queda para los que no se suben a su alfombra mágica? ¿Los mandará a matar? ¿Los matará él mismo? ¿Perseguirá a la gente con un cuchillo como Charly?
El otro día lo vi a García en la tele, deambulando por la calle, insultando, con la cantinela esa de “yo le di mucho a este país... No maten a los héroes…”. No sabía si era algo actual o era un material de archivo, porque venimos con la misma novela desde hace más de diez años. ¿Qué clase de estrellas son estas? ¿Quiénes son los fans? ¿Por qué esto no pasa en otros países? ¿Quiénes les piden fotos y autógrafos? ¿Quiénes los veneran y les prenden velas y se compran la estampita? Realmente me siento tan afuera de todo eso, tan afuera, que hasta me da un poco de bronca que García también aparezca repetidísimas veces en ese ranking, por más peso y belleza que tenga su obra en el pasado. A ese ego habría que haberle pasado la goma de borrar hace rato. O directamente bajarlo de un hondazo. Pero fueron todos muy cagones… Ahora ya fue… No es tarde ni temprano. Ya fue… Me quedó tan poco de aquellas horas con Charly García. Y quedó mucho de no querer saber más nada con él: ni cara a cara, ni por teléfono, ni verlo en vivo ni escuchar un disco.
Por los demás, está todo bien con los músicos: pero en los discos, en la intimidad del walkman, en una buena entrevista, en una charla casual… verlos arriba del escenario, en sus momentos de quiebre, de gloriosa soledad, de separación del resto del mundo. Yo, por mi parte, seguiré huyendo después de cada recital.