contra las cuerdas

Godard vs. los piqueteros

-Bruno Julliard es el líder estudiantil que movilizó la protesta en Francia. Algunos lo compararon con Daniel Cohn-Bendit.

Hace semanas que no puedo sacarle la mirada a Bruno Julliard, que con su chaquetita verde militar parece un galán de cine que se tomó un día libre. Julliard es el presidente de la UNEF (Unión Nacional de Estudiantes Franceses), uno de los grandes movilizadores de las marchas y huelgas contra el polémico CPE (Contrato de Primer Empleo). Julliard tiene “tan sólo” 25 años. Puede sonar muy joven pero medio que ya se cae de maduro en el campus universitario (se supone que está haciendo el post-post-post-grado en Derecho). Hijo de una alcaldesa socialista e hijastro de un dirigente comunista, dicen que se desafilió del socialismo para no mezclar los tantos con su militancia de estudiante (aunque antes de la crisis apareció en los medios dándose abrazos con los líderes socialistas, a un año de las elecciones presidenciales).
El CPE, que ahora está siendo “negociado” (originalmente permitía a los empleadores despedir a menores de 26 años sin indemnización durante un período de prueba de dos años) es una medida desesperada, mal ejecutada y totalmente a destiempo de un gobierno en decadencia, desgastado de pagar demasiados errores propios y ajenos, resquebrajado por disputas internas de ambiciones electorales y dirigido por un presidente senil que cree que Francia todavía es una superpotencia (Chirac) y un primer ministro con menos cintura política que un elefante (De Villepin). Cuando el año pasado los quilombos en los guetos de inmigrantes les estallaron en la cara, estos tipos salieron a esconderse como ratas, sin nada qué hacer ni qué decir. Saben, además, que cualquier signo de cambio o reforma, del tipo que sea, es una mala palabra para la Francia grande, la Francia que está “fuera” de los guetos, el país que en definitiva, con una boleta u otra, los vota.
Los líderes sindicales y estudiantiles también lo saben. Saben por experiencia que las protestas masivas tienen la capacidad de crear o destruir gobiernos en Francia. Y por eso están locos de contentos: salieron a golpear en el momento justo, eso es lo que les importa. El CPE, la Constitución Europea… cualquier cosa es excusa. Quién esté en el gobierno tampoco importa, ni sus planes políticos ni su base ideológica. Total, lo mismo da. Los estudiantes no tienen nada que proponer, no tienen nada que dialogar, solamente van al choque, y, se sabe, al choque se va contra cualquiera.
Las furiosas manifestaciones alentadas por los Julliard y los Thibault (líder de la CGT, francesa) desde sus teléfonos celulares están alimentadas por las mismas fobias a la Constitución Europea: ojalá fueran una oposición con alternativas a los estragos del capitalismo más salvaje que en determinadas circunstancias impone la globalización. Pero no: son una defensa soberbia, necia y manipulada del SuperEstado benefactor y toda su red de burocracia, corrupción y rosca partidaria, de la estabilidad laboral no como plataforma de desarrollo sino como un cubil de desgano y chatura, de la discriminación laboral a los inmigrantes de parte de una mayoría blanca y supuestamente culta, del arte subsidiado y controlado políticamente, del miedo al fracaso de los proyectos individuales y colectivos y del acceso pleno a la tecnología, las comodidades y el consumo cultural que vienen directamente aparejados con el sistema que ellos dicen repudiar tanto.
Ahí están en las calles, millones y millones, estudiantes, trabajadores, amas de casa, intelectuales… Una clase media que terminaría secretamente votando a Le Pen si les asegurara con documentos firmados que los inmigrantes y sus hijos franceses no van a ser azotados, no, por favor, pero que de ninguna manera van a ser competencia para sus trabajos. También meterían ese voto si les aseguran (a-se-gu-ran) que los jóvenes van a poder estudiar in eternum, con todos los cursillos, post-grados y becas del mundo incluidos, sin ensuciarse ni un minuto las manos en las aburridas oficinas de los laburos capitalistas.
Quieren, en la superficie y en el fondo, que todo vuelva a ser como ANTES. Antes, antes, antes. ¿Antes de cuándo? ¿De la Primera Guerra? ¿De la Segunda? ¿De la Bomba? ¿De la Guerra de Argelia? ¿Del Mayo Francés? ¿De la crisis del petróleo? ¿De la caída del Muro? No saben. Antes: Un tiempo que no existe en el presente. Algún pasado indefinido que se prolongue sin cambios, un tiempo muerto en vida, un tiempo donde la máxima demostración de fuerza y ruptura sea hacer una huelga o salir a caminar en manada a la calle. Con los brazos cruzados y sin dirección… El otro día leía una pancarta en Rennes que decía “Bloquear todo”. Ni quisiera contar el ruido que me hizo en la cabeza el sólo hecho de pensar en los múltiples significados de “bloquear todo”.
Eso es lo que dicen los Julliard que “tienen que decir”. En los primeros días de las manifestaciones el líder de la UNEF salió a pavonearse hablando de que se sentían “aires del Mayo del 68”, de que era todo un “logro” tomar un edificio histórico como La Sorbona y que las aulas quedaban chicas (para las asambleas). A falta de propuestas y preguntas, el discurso de Julliard es de rechazo y negación. Para él las manifestaciones, en su punto de caramelo, son una “demostración de que nuestra generación no es, como muchos dicen, indolente, individualista, descerebrada, despolitizada y sin sueños”. Yo le preguntaría a Julliard entonces cómo es su generación, y no creo ni que en “sus sueños” encuentre una respuesta tan contundente.
En su coordinado empeño de empujar una lucha por el “antes”, Julliard es totalmente consciente de que ese tiempo no existe y que solamente él y unos pocos disfrutan de su mejor presente. Julliard sabe que las cosas cambian (y cómo).
Lo sabe como lo sabía Cohn-Bendit en el 68, y eso es lo único que tienen en común. Nada más. Siempre me pareció injusta esa actitud de tirar a Cohn-Bendit a la hoguera, actitud de cierta izquierda hipócrita que terminó en la misma que el colorado, aunque quizás con menos aspecto de haber estudiado marketing. Julliard dice que ahora Cohn-Bendit es “solamente un liberal”. Esa es la única retórica vacía y berreta que tiene el capo de la UNEF. Con ese criterio cualquiera le contestaría que él es “solamente un socialista”, o un líder estudiantil.
Con mucha suerte (y algo de dignidad), en un futuro no tan lejano, tal vez Julliard también esté sentado en el Parlamento Europeo, con oficina propia de muebles de diseño, chiches tecnológicos y una linda biblioteca de recuerdo. Tal vez hasta aparezca en la tapa de La Nación, bajo la volanta “intelectuales del mundo” (¿?), diciendo serenamente algo así como “bueno, no sé si valió la pena lo que hicimos en marzo del 2006”.

-Un viejo se desmaya en pleno centro de Rosario, cerca de donde un grupo de estudiantes de Humanidades corta una calle. Los estudiantes miran y no hacen nada.

Acá siempre estamos peor, como punto de partida. La imagen cool-combativa de Julliard me trajo el imborrable recuerdo de los Julliards locales que supimos conseguir. A fines del año pasado, mientras esperaba pacientemente el 120 (el colectivo que nunca llega) en la parada de Entre Ríos y Córdoba, me encuentro con que unos 20 estudiantes (o “alguien”) saliendo de la Facultad de Humanidades se preparan para cortar Entre Ríos, una calle por donde pasan un montón de líneas de colectivos y siempre hay mucho tránsito, especialmente a esa hora, al mediodía. La parada estaba llena de gente que veía que los colectivos efectivamente no iban a llegar nunca por el corte, y que se empezó a dispersar con cara de resignación. Yo era una procesión de puteadas por dentro, sobre todo cuando veo que la policía, que no sirve para nada, llega en sus relucientes autos a cuidarles el culo a estos 20 tipos que están de tertulia en medio de la calle. Si algún día llego a participar en una manifestación y viene la policía a hacerme un prolijo cerco para que corte la calle tranquila, entonces juro que cavo mi propia tumba en el pavimento y que después la termine de rellenar el 120. ¡La policía! Por Dios…
Entre la gente que se iba a tomar el colectivo a otro lado, o que a esa altura ya tenía que gastar en un taxi, había un viejo que caminaba con bastón, muy lento. No va que de golpe el tipo se cae, como desmayado, descompuesto. Hacía un calor agobiante… Me acerqué con un grupo de gente para tratar de ayudarlo, hasta que alguien con un celular llamó a una ambulancia. El pobre viejo estaba ahí tirado, sobre la calle cortada. Cuando reaccionó dijo que estaba dolorido, que se había puesto nervioso cuando vio que cortaban la calle, porque le costaba caminar unas cuadras hasta otra parada y no tenía plata para un taxi.
A todo esto, los estudiantes, que estaban a apenas unos metros, ni se inmutaron. Ninguno se acercó a ver qué carajos pasaba. Yo los miraba a propósito, para ver si se les movía un puto pelo, y nada. La policía ni se mosqueó, por supuesto… ellos estaban ahí para cuidar a los estudiantes. Solamente faltaban los inútiles de la Guardia Urbana.
Fueron solamente unos minutos, pero para mí fue como un siglo de bronca.
En un momento sentí el impulso de ir a preguntar a los gritos por qué cuestión tan importante estaban cortando la calle, o por qué mierda no se acercaban para tratar de ayudar. Pero no. Ya me había pasado otra vez en el mismo lugar, pero a la noche. Le pregunté a una de las “manifestantes” qué pasaba y me contestó “no sé, me dijeron que venga, preguntale al chico de allá”. No, no tiene sentido… Además me arriesgaba a que la policía me encajara un bastonazo por ir a inquirir a sus protegidos…
Cuando al final llegó la ambulancia me fui a mi casa caminando a mil por hora. Creía que el aire me iba a despejar la bronca, pero la cabeza me hervía cada vez más con cada cuadra que caminaba. Eso no fue nada. De casualidad, en el noticiero de la tarde, engancho la nota sobre “la protesta” en Humanidades. Un estudiante (mucho más “caído del campus” que Julliard) explicaba que estaban cortando la calle por un examen… ¡¡Un examen!! Querían que “un examen” vuelva a ser como “antes”. ANTES!! (la palabra clave, la llave de la fortuna!!). Y lo mejor es que no se trataba del alboroto de un “examen de ingreso” ni mucho menos. Era una cuestión interna de los pasillos faculteriles, nada que no se pudiese arreglar en el papeleo de la burocracia o tomando dos o tres cervezas en el bar de enfrente.
Pensar que el disparador del Mayo Francés también fue una protesta por el sistema de exámenes en la Universidad de Nanterre, pero que escondía el hartazgo por un sistema universitario anclando en un “antes”, un sistema anquilosado, ordenado por una jerarquía absurda… Una bronca que creó una onda expansiva tan racional como caprichosa, con tantos fracasos como influencias visibles. Pero nuestros Julliard… era el examen y nada más. Después de que el móvil de Canal 5 les hizo dos ó tres preguntitas, desarmaron tutti y se fueron a la casa a tomar mate con bizcochitos.

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Básicamente, cortar calles y rutas me parece una barbaridad, porque se mete con un derecho fundamental que es el de circular. Pero estamos en un país (y en un mundo) tan jodido que los derechos y los deberes más básicos están prácticamente vaciados de significado. Y lo concreto es que, ante la desesperación y la impotencia por las injusticias más asquerosas y aberrantes, muchas veces no queda otra que limitar a la fuerza el derecho de los demás y tratar de alguna manera de contar con su solidaridad.
Es así con los obreros que quedan en la calle de un día para otro, con patrones fugados con miles de dólares y quiebras fraudulentas. Es así con el caso de las papeleras, cuando recién ahora se está tomando conciencia de que la contaminación tiene que ver con temas tan dramáticos como las enfermedades, la miseria y la muerte. Pero no es así, ni de lejos, cuando algún sindicalista corrupto trata de ganar chapa arengando a la gente a que haga cualquiera en la calle. No es así cuando grupos como la CCC (Corriente Clasista Combativa) cortan arbitrariamente las calles del centro reclamando al Estado que los mantenga de por vida (y que no se olvide de aumentarle los “sueldos”, por las dudas). Y ni que hablar que no es así cuando un grupo de paspados de Humanidades se hacen los “piqueteiros” por un examen de morondanga. Toda esta suerte de “burgueses barrabravas” ni siquiera tienen un CPE colgándole de las cabezas… Tienen cosas peores… Tienen un 0% de seguridad social, un 0% de posibilidades de estabilidad laboral (a lo que responden de la manera más simple: vegetando hasta límites insospechados en las Facultades), un 0% de chances de algún tipo de reconocimiento económico por sus logros académicos. Sin embargo ellos están cortando la calle para que un examen vuelva a ser como “antes”… Otro tiempo muerto de brazos cruzados sin dirección… Mientras tanto, el petit Julliard que hablaba en el noticiero de la tarde, tal vez saque alguna tajada mayor al 0%... El y algún pequeño séquito, porque tampoco hay mucho para repartir… Con mucha suerte (y algo de dignidad), en un futuro no tan lejano, tal vez nuestros líderes-estudiantiles-corta-calles también estén en alguna oficina municipal o provincial (sin muebles de diseño pero con opción de vista al río), administrando por unos cuantos pesos nuestros Derechos Humanos, nuestra memoria y nuestra cultura ( = pegar afiches y organizar un par de recitales), y diciendo en los medios locales, tan desesperados como siempre por “la palabra oficial”, algún concepto igual de inútil y estúpido como cortar la calle por un examen.

-“Antes”, en un videoclub.

Después de la resaca de las películas-Oscars, me atacó una necesidad de “desintoxicación”: es decir, ir a Videoteca a la siempre solitaria sección de los grandes directores europeos y norteamericanos, mientras miro asombrada como niños, jóvenes y viejos se amontonan para alquilar DVDs que apilan como si fueran simples de jamón y queso (¿Cuándo carajos miran tantas películas? No sé). El plan era revisitar todo Antonioni, y lo hice, con la misma o más fascinación que cuando era adolescente, y asombrada por la terrible actualidad de “Desierto rojo” en medio del conflicto por las papeleras. También lo tomé como una despedida del VHS, ese formato que nos dio tantas satisfacciones (tal vez vimos ahí las mejores películas de nuestras vidas) pero que ya no va más: la mayoría de las copias están hechas mierda, el cabezal que se ensucia, una cinta que se enreda… Chau. Se cambiará al DVD y después a otro formato y a otro. Se cambiará como todo cambia y nosotros tratamos de adaptarnos mientras podamos y sin que se nos rompa la espalada: a la inflación, a la devaluación, a la flexibilización, a la globalización, a la emigración, a la inmigración y un largo etc.
Estaba pensando en el melancólico adiós al VHS cuando perdida (como siempre) en el orden alfabético de los directores se me cruza el nombre de Jean Luc-Godard. Recuerdo haber visto la mayoría de las películas de Godard entre los 17 y los 22 años, más o menos, gracias a un videoclub que había en San Lorenzo que era bastante piola y a un ciclo en la Alianza Francesa de Buenos Aires. Por supuesto que Godard me deslumbró a primera (y segunda) vista, aunque me enamoré más de sus declaraciones y sus escritos que de sus a veces arbitrarias e interminables películas.
Pero con las manifestaciones en Francia dando vueltas en los medios casi todos los días, el nombre de Godard en esa estantería me dio un escalofrío en la espalda. ¿Alguien se acuerda de Godard, quiero decir, de sus películas? No hablo del viejo bravucón que siempre anda provocando (más eficientemente que cualquiera) y armando algún quilombete por ahí. No hablo específicamente del Godard que hace dos años, en el festival de Cannes, cedió su conferencia de prensa a un líder gremialista que reclamaba por un plan de seguridad social para los trabajadores “temporales” de la cultura (¿adivinen qué? Un plan que Chirac quería sacar…) y que además calificó al entonces ministro de cultura francés como una “bestia negra” (todo esto produjo más revuelo, lógicamente, que la película “Nuestra música”). A mí me encanta ese Godard, y también el militante de izquierda petardista que durante un tiempo filmó prácticamente en la clandestinidad sin importarle un carajo.
Pero acá estoy hablando de otra cosa: de esas viejas copias en el videoclub, con los plásticos transparentes algo amarillentos y tierra en los bordes negros, de esa otra militancia menos visible pero mucho más profunda y perdurable. Por ese camino se podrían analizar un puñado de películas maravillosas que van desde “Le petit soldat” (1963) hasta “Week End” (1967). Pero por algún recuerdo (menos puntual de lo que yo pretendía) y un sentimiento de urgencia que me atacó en ese momento elegí solamente dos: “Pierrot le fou” (1965) y “Masculin, fémenin” (1966).
No sé si hice una buena elección. De todas maneras, cualquiera de esas películas te abruma. Es más que emocionar, movilizar o sorprender. Te abruman. Te agarran por las cuatro esquinas. Te atan a la silla para que las veas cien veces, y con cada vuelta te sacuden un millón de preguntas, muchas respuestas aterradoras, un presente tan persistente, tan vital, tan agitado en la confusión que te quema la cabeza, y la necesidad desesperada de encontrar algún tipo de futuro diferente. Ningún tiempo muerto de brazos cruzados sin dirección…
Pierrot escribe… mientras se escapa, se enamora, roba, asesina. Está desesperado. En unos días el personaje que quedó en la cara de Belmondo va a vivir toda su vida: va a matar a la persona que ama y lo traicionó, va a escribir algo y va a suicidarse. Simbólicamente hablando o no, es lo que al resto le lleva años o ni siquiera alcanza a cumplir. Pero a Pierrot/Ferdinand no le importa. “Antes” de la huida ya estaba muerto hace años. Estaba embalsamado en un matrimonio-social, seguro en su diletancia-intelectual-protegida, refugiado en sus libros y en sus propios monólogos, aislado y asqueado en un medio donde solamente se abría la boca para hablar de distintos artículos de consumo. Es demasiado frustrante percibir la vigencia del “antes” muerto del personaje, sentir que esa bruma está flotando continuamente (acá, en Francia y en todos lados). Pero también es un alivio, es una recompensa difícil de explicar saber que la película está ahí esperando, y que va a estar esperando siempre en cualquier formato, no como un clásico (un clásico está virtualmente muerto), sino como un monstruo mutante, como una fuerza creativa y política que no se agota, una manifestación constante que no termina en negociaciones tramposas, pactos silenciados o muertes.

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Recuerdo que la primera vez que vi “Masculin-fémenin” me pareció una película más inquietante desde lo técnico que desde lo discursivo, a pesar de lo preciso que es Godard en el retrato del clima previo al 68, de la generación que él hizo famosa con su propio graffiti: “Los hijos de Marx y la Coca Cola”. En estos días, con más perspectiva de aquellos años y a la sombra de lo que está pasando en Francia, la película se me presentó como increíblemente valiente, con una sensibilidad extraterrenal para captar una amargura muy difícil de digerir, una impotencia muy difícil de mostrar.
La ruptura técnica con lo narrativo parece solamente un formato superficial, un medio para abarcar lo inabarcable, para meter la cámara como una aguja en un cerebro, para llegar como un cirujano al nervio que lo controla todo: esa política de los sentimientos que contamina cada minuto de la película. “Masculin-fémenin” es una auténtica operación.
El personaje de Jean-Pierre Léaud, preanunciando el estallido del Mayo con su frustración, su bronca, sus graffitis apurados… Pienso que solamente estaba en la cabeza de Godard, de sus propios sueños: el solitario, el que afirma y después pregunta, pregunta, pregunta; la figura del romántico complejo que se desilusiona de la chica superficial de la que se enamora… Bué, podría seguir varios párrafos... La parte sí, escalofriantemente visionaria, está en ese pequeño personaje del amigo militante comunista, el que hace firmar los papeles, que está en otro plan: fiel a su condición, pragmático (como un eufemismo de acomodaticio).
Igual que con “Pierrot le fou”, resulta frustrante ver que, detalles más o menos, el background de conflictos sociales es el mismo que nos agobia ahora. Pero también es un alivio saber que ahí están las preguntas, el viaje menos cómodo pero más liberador. No es un consuelo de tontos. Es una relación muy fuerte. Es importante.
Ahora ni siquiera hay alguien con una cámara en la mano para hacer una simple pregunta. ¿Se entiende? Aunque seguro existe un Michael Moore francés, cualquiera tiene a un Michael Moore… ¡Qué pobreza! ¡Qué precarización! ¡Qué CPE sin papeles ni leyes! Claro que nadie va a salir a la calle a manifestar por eso. Nadie va a protestar por “el otro degradé francés”: De Gaulle/ Chirac, Cohn-Bendit/ Julliard y ¡¡Godard/Houellebecq!! (por poner un ejemplo, ah… “Los hijos de Houellebecq y el celular”…). Me asombra cuánta rigidez y determinación para que eliminen una ley laboral y cuánta “flexibilidad” para que te ensarten un “provocador” por otro.
Hay que aclarar (¿por qué hay que aclarar?) que no se trata de eternizar ni embalsamar a los Godard, los Truffaut, los Chabrol, los Rohmer. Se trata de buscar con las mismas ansias la dirección de un cambio; una pequeña alternativa, aunque sea una torcedura; un replanteamiento a lo dicho, escrito y hecho; poner en duda lo cómodamente establecido; romper los moldes de tantos años; salir de la masa de la manifestación si hay una cosa, una sola y miserable cosa que no se pueda defender con completa convicción y sin repetir como un loro un discurso ajeno; hablar desde adentro y exponerse a la cachetada de mostrarlo; denunciar sin esperar ninguna justicia; no sentir vergüenza de lo dudoso, lo cuestionado, lo ambiguo, ni miedo ante las mayorías silenciosas y las minorías chillonas; quemar todos los libros una vez que nos hayan inspirado para que no queden ahí dictando sentencia; y pensar de alguna manera que todo esto es posible. Godard hizo algo parecido a una revolución. Los estudiantes no.