contra las cuerdas

Que siga la joda...

El 8 de abril vuelve a tocar Callejeros. El staff (¿¿??) de este blog sólo quiere expresar su más sincero repudio.

Last night at the Oscars

*Nota: esto está escrito en un locutorio a las apuradas. No reparar en serios errores de edición.


-Le voy a hacer una última pregunta sobre el hotel. ¿El sistema de cable tiene TNT? Porque es importante que tenga TNT…
-Sí, tiene. ¿Usted sigue alguna serie?
-No, es porque todos los años miro la ceremonia de los Oscars…

Este diálogo jamás hubiese tenido lugar al menos diez años atrás, cuando los canales de aire se peleaban por ver quién transmitía los Oscars, quién conducía, quién iba a cubrir la alfombra roja y todo eso… El diálogo tampoco hubiese existido si mi pasión por el cine no me hubiese llevado a convertir a la ceremonia de los Oscars en (según el paso del tiempo): 1)-evento de impaciente curiosidad/ seguimiento de las películas nominadas/ fascinación por el glamour de Hollywood. 2)- evento de relativa curiosidad/ películas y apuestas/ cierto respeto por la historia de Hollywood, después de todo. 3)- una costumbre, casi una cábala, como quien sigue todos los años determinado torneo de fútbol o tenis.
Hace religiosos 21 años que miro la ceremonia. Dios (y alguna gente) sabe cómo he roto las bolas con el asunto. Generalmente estoy de vacaciones en marzo. Bueno, he llegado a programar las fechas para que no coincidieran con los Oscars y pudiera mirarlos tranquila en mi casa. Y también para mirar las películas nominadas antes de la entrega. Estando en tierra extraña era peor todavía. Recuerdo cuando torturé dos días seguidos a mi ex novio en Montevideo tratando de averiguar en qué canal pasaban la ceremonia y si estaba en la señal de nuestro hotel. A la mañana compré todos los diarios uruguayos para mirar la programación de TV. Pero nada quedaba claro… Ya andaba averiguando también para ir a verlo a algún bar, por las dudas… (conste que a cambio yo me banqué durante años las “interesantísimas” declaraciones de los jugadores de Boca, del viejo codicioso de Bianchi, y recorridas interminables por librerías de viejo, eh?). Ah, y al final vimos la ceremonia, que si mal no recuerdo lo entusiasmó más a mi ex que a mí…
Para entonces (2003?) yo ya me estaba durmiendo. En el fondo no veía la hora de que anunciaran la fucking mejor película. Pero era demasiado orgullosa para revelar que “mi ritual” se estaba cayendo.
Ahora no sé si se me fue el orgullo a la mierda o qué, el tema es que el domingo a la noche, otra vez en un hotel, estuve a punto mil veces de agarrar el control remoto y apagar la tele antes de que la ceremonia termine… Trataba de autoconvencerme de que estaba cansada porque había estado todo el día en la playa o caminando… Mentira. Estaba repodrida de la ceremonia… Al final, para colmo, ya me pusieron ficha como a propósito: otra vez la payasada de “separar” el mejor director de la mejor película, otra vez la repartija de premios… Y Santaolalla… No por el tipo en sí (no es por discutir eso), es porque si hay algo que termina de embarrar “Brokeback Mountain” es la “música” de Santaolalla: plana, cursi, redundante… como la película. ¡La película más nominada de este año!! Un papelón, qué más. Realmente, si me hubiesen dicho que Newman y Redford hacían el amor antes de que los cagaran a tiros en “Butch Cassidy” me la hubiese creído. Es más, me imagino la escena… hermosa… Pero esos dos muñecos de Ang Lee… Por favor… en ese paisaje hubiese sido más interesante verlos calientes con alguna de esas esponjosas ovejitas que cogiendo entre ellos. Para llorar con un folletín como “Brokeback Mountain” prefiero llorar con folletines como “Africa mía”. Esas eran “películas de los Oscars”, carajo!! Y demás está decir que prefiero a todos los Sydney Pollack de la industria que a un Ang Lee.
Como siempre, también (y por suerte) entre el hype de este melodrama supuestamente “poco convencional para la Academia” (porque es gay, jajaja!) hay alguna que otra joyita como “Good Night and Good Luck”, una película con la que cualquier espectador promedio de los Oscars se quedaría dormido, y cualquier progre corto de vista diría: “Es una película contra Bush”. Para eso vayan a verlo a Michael Moore
Ni hablar que en la ceremonia apareció Lauren Bacall (de la misma forma que apareció Jennifer Lopez, digamos) para hacer un ¿homenaje? descolgado y a propósito de nada al cine negro… El glorioso cine negro americano resumido en un clip de un mal gusto y berretada de canal de cable (con el respeto que me merecen los canales de cable). Pero bueno, no se puede decir que no estuviese a tono con el resto… el escenario mismo, los demás clips, los palos repartidos entre demócratas y republicanos (el presentador era un buen comediante, pero ya ni Billy Cristal puede levantar ese muerto). Y los “musicales”… desde hace años, para ahorrarse la guita que gastaban en las grandes puestas de los 70 y 80, instalaron esa mentalidad de que, después de todo, era más cool tener a una gran estrella con una guitarrita (Springsteen, Dylan…) que poner a cien bailarines, 10 cantantes y hacer ostentación (muy “impropia”, por otra parte, después del atentado a las Torres). Bueno, ese “verso” ya no va más… Aparte las estrellas ya no están… No tienen ni músicos grossos para nominar! Qué pobreza franciscana! Si la gente casi se levanta para ovacionar a Dolly Parton! Y bueno, a alguien “había” que ovacionar. Menos mal que al final apareció Altman (así todos pudieron levantar el culo de la silla).

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Sí, se sabe, hace años que los Oscars vienen en caída libre… Intentan reemplazar el gran espectáculo que ostentaban en nombre de los tiempos dorados por películas de una “supuesta” calidad, contenido, temática… como ir a garrapiñarle algo a Sundance, que también está en decadencia. El domingo dieron una versión todavía más penosa cuando el director de la Academia (John Blazer Jr, Richard Gladstone, Peter Blueberry, Juan de los Palotes, a-quién-carajo-le-importa!!) salió a pedir que la gente vuelva a los cines, porque se nos está cayendo la taquilla, chicos, y si seguimos así vamos a hacer la ceremonia desde una base naval (y eso si tenemos un gobierno demócrata).
Me parece perfecto difundir la cultura “sala de cine”, estoy de acuerdo. Pero salir a pedirlo así me sonó a los nardos de los Grammy con la historieta de la piratería. Muy berreta… Los Oscars no se deberían tocar con los Grammy, que, con todas las similitudes de premios de industria que quieran, no le llegan ni a los talones en historia, prestigio e influencia… Pero he aquí que se emparejaron…
Más allá de mi impulso de seguir la ceremonia anual como una cábala o un rito, hay algo irremplazable en los Oscars que podría mantenernos enganchados por años, algo que de hecho me mantuvo a mí en contacto con ese mundillo a pesar del velado hartazgo y aburrimiento que me viene causando. Los Oscars siempre fueron la quintaesencia de las ceremonias de reconocimiento, la madre de todos los premios de espectáculos que están calcados de su estilo pero no tienen ningún significado.
Los Oscars sí tenían un significado (y tal vez lo sigan teniendo): el “reconocer” en un mundo que ningunea, el “premiar” en un mundo que castiga, el “distinguir” en un mundo que uniforma y aplasta… (Si hasta los perdedores parecen –parecen- contentos por los que ganan, dando el OK a sus colegas por un buen trabajo!). Esa es la dinámica de los Oscars, un poco por debajo del negocio y la alfombra roja. Los Oscars funcionaron como la gran fantasía del mejor empleado de la oficina que jamás va a recibir un premio por nada, que habrá ensayado ante el espejo un discurso de agradecimiento mientras el empleador sólo está pensando en cómo explotarlo más y mejor, y sus compañeros ni siquiera van a felicitarlo tragándose la envidia. Todo es silencio en esos ámbitos cotidianos, ningún reconocimiento y castigos por debajo del escritorio, ninguna palabra de aliento, ninguna fiesta, ningún brillo.
A juzgar por la caída de audiencia, se supone que los Oscars cumplen cada vez menos con esta fantasía. O la ceremonia está en plena y asquerosa decadencia, o los grises ámbitos cotidianos están cada vez más alienados y hechos mierda…

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Yo no me siento ubicada en una ciudad (en la que comprendo el idioma) hasta que no encuentro los cines. Cuando sé dónde están los cines y cuáles son los horarios de las películas me siento como en mi casa. Me pasó en Montevideo y en Santiago de Chile. Recuerdo la sensación en Santiago de ver a lo lejos, en una peatonal, algo parecido a un cine y pensar: “Ya está, llegamos”. Pueden ser los viejos cines del centro o los de un shopping. Me da lo mismo. Me gustan los cines. Siempre sentí una especie de culpa por haber abandonado el asunto profesionalmente (en teoría, hace muchos años, yo iba a estudiar cine para dedicarme a hacer crítica). Pero mis pasiones se diversificaron para otros lados y, como periodista de espectáculos, alcancé a hacer nomás un centenar de breves comentarios.
Solamente una vez mi ritual de los Oscars se mezcló con mi trabajo. Me tocó estar en el cierre para transcribir en el diario lo que veía por la tele. Lo hice con un compañero de trabajo, Fernando, que tenía años de experiencia en eso. Yo me sentí realmente segura porque conocía del tema y además estaba con él. Pensé que, de ahí en más, Fernando y yo íbamos a formar una buena dupla “cubriendo” los Oscars a millones de kilómetros de distancia. Pero al tiempo yo me fui de la sección y Fernando murió el año pasado en un accidente… Así es como se pierden las mejores cosas y las mejores personas, de la forma en que uno menos se lo espera.
Yo ya no me prometo nada. Pero lo más probable es que el año que viene no ande preguntando por la ceremonia de los Oscars en ningún hotel. Y tampoco los vería en mi casa. Y no tengo tiempo de cerrar porque se me hace tarde para ir al cine…