contra las cuerdas

Te preparo una sopa

Anoche soñé con la muerte de un famoso guitarrista. Espero haberle alargado la vida, realmente, pero no creo. Hoy a la mañana no podía parar de pensar en el sueño, y en lo triste que sería vivirlo, cuando al mediodía me topé con la noticia de la muerte de Syd Barrett. Yo nunca fui fan de Floyd ni nada parecido. Y cada uno tiene a su propio mito torturado, y yo siempre tuve a Brian Jones. Pero me afectó la coincidencia del sueño con la muerte de Barrett, y me pregunté si somos realmente conscientes de que mucha de la gente que admiramos, que nos inspiró (y nos inspira), que queremos muchas veces como si fueran nuestros propios amigos, bueno, esa gente está entrando en la edad en la que empiezan los achaques de salud severos y los excesos del pasado ya quieren cobrar facturas
(muchas amontonadas). Para rematar, cuando llego al laburo me entero de la muerte de MoroSerú Girán debe ser el único grupo de rock argentino de los 70 que realmente me gusta, junto con Pescado, Manal y Pappo’s Blues.
Anoche también leía sobre el retrasado arranque de la gira europea de los Stones. Miraba las fotos de los cuatro en la conferencia de prensa. El look de cada uno, intacto. La noticia decía que la banda estaba “en plena forma”. No sé. Agradezco que ya hayan venido a la Argentina porque no sé si la banda está en condiciones de seguir de gira. Todos nos cagamos de la risa con la caída de Richards del cocotero, pero hay casos en que ese tipo de caídas no fueron tan graciosas. Yo no me río más de cada internación de Ronnie Wood por sus perpetuos problemas de alcoholismo. Quisiera reírme de las anécdotas sobre sus vueltas al vicio. Pero ya no da.
Hace unos meses Bowie decía en una nota que este año no pensaba ni grabar ni salir de gira, porque estaba cansado de “la industria”. La verdad es que me sonó a verso, y que tengo mis dudas sobre su estado de salud, después de que tuvo que suspender la última gira. Hoy un amigo me comentaba: “Vaya a saber cómo murió Barrett, en qué condiciones vivía, si se habrá cuidado, si lo habrán cuidado…”. Así es. Llega esta época en que uno no espera buenos discos, no espera que vengan a la Argentina, no espera poder aplaudirlos ni aprender de ellos. Solamente espera que estén bien, que los cuiden y que no se caigan en ningún lado.

La rabia es mi vocación

(Advertencia: críticas explícitas y groseras generalizaciones)

Estaba escribiendo un texto sobre el último disco de Neil Young, pero resulta que se hizo más largo que la historia de Estados Unidos… y bueno, en el camino se cruzaron tres discos viejos, pero igual de urgentes.
Todo empezó con una inocente y simple declaración de Devendra Banhart, que muy a pesar de ese disco horrible (“Cripple Crow”) sigue siendo un niño mimado de la prensa-encontramos-esto-y-no-tenemos-más-ganas-de-buscar. Resulta que a este hijo de Texas, que después pasó su infancia en Venezuela (pero hete aquí que no es chavista) se le ocurrió decir que él ya estaría contento, realizado y feliz con tocar la guitarra como Silvio Rodríguez. ¡Como Silvio Rodríguez! Já! Bueno, Devendra, esperá sentado… Esperá sentado en posición de loto hippie hasta que se te duerman las piernas porque no. Nunca vas a tocar la guitarra como Silvio Rodríguez, y nunca vas a cantar como él o como Caetano Veloso, por más que hables en ese portuñol ridículo. A lo mejor, con mucha suerte, porque quiero pensar que un poco de ingenio e inteligencia deben suplir tu falta de talento, te animes a tocar la guitarra con tus propias manos, a cantar con tu propia voz, a decir con tus propias palabras, entonces, quién sabe, de esa única manera, te conviertas en el mejor cancionista del mundo que no se pueda comparar con nadie… Ay, Devendra… pero si vos, a pesar de tu pintoresco nombre, sos de Nueva York, sos de California, sos de EEUU… que en criollo es lo mismo que decir que sos de acá a la vuelta, de Quilmes o de Arroyito. Qué te venís a hacer cantando en ese castellano chapucero, diciendo cualquiera porque lo estás diciendo en otro idioma nomás, sos menos exótico que los Pericos cantando en inglés, y más demagogo que todos los que vienen acá vociferando sobre el mejor público y las mejores mujeres del mundo… Silvio Rodríguez… por Dios, que alguien te atienda.

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Hace tiempo que quería conocer una disquería pituquerli de Rosario, a la que nunca me había acercado por su aparente esnobismo jazzero, fama de precios inflados y bateas donde sospechaba que podía aparecer el temible cartelito de “World Music”. Pero era el único lugar donde era probable conseguir algunos discos de Jaime Roos que hacía tiempo estaba buscando (y no daba para bajarlos de la red). Para mi alegría ahí estaban los dos discos de Roos, “Siempre son las cuatro” y “Mediocampo” (a un precio muy accesible)… y bajo la etiqueta genérica de… “World Music”. En medio de la calentura que me entró por llevarme todos los discos de Roos y dejar esa batea vacía como si fuera un acto de militancia, me encuentro, por proximidad de abecedario, con los compactos de Silvio Rodríguez… No estaban ni a palos mis preferidos, excepto “Días y flores”… Y cuando leo (y recuerdo y se me vienen las canciones) pienso: “No puede ser, qué hijo de puta, todas estas canciones acá (“Playa Girón”, “Sueño con serpientes”, “Pequeña serenata diurna”, “Esta canción”, “Santiago de Chile”…), es un exceso, es una falta de respeto… Y es más atropello que Devendra Banhart quiera tocar la guitarra como SR, que lo piense y que encima lo diga… Entonces llevo el disco de la bronca, por la prepotencia de la rabia de ese momento, y no me hubiese importado que me lo hubieran estafado a cualquier precio. ¿Alguien sabe cuánto VALE un disco de Rodríguez AHORA? Los discos de Rodríguez son como los únicos tesoros que quedaron en la playa después del tsunami de una revolución en ruinas, después de luchas en ruinas, de sentimientos en ruinas. ¿Quién puede ponerle un precio a ESO?

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No sé en qué carajos estaba pensando la última vez que Silvio Rodríguez vino al Luna Park y me lo perdí. Tal vez tenía miedo de encontrarme rodeada de un público baboso que podía gritar “Viva Fidel” o algo así (también es cierto que estaba pasando por un momento horrible de mi vida). Y tampoco sé por qué, de todas las veces que vino Jaime Roos a Rosario, yo ni me acerqué al teatro (ni al Monumento). Tal vez quería evitarme a los pechos fríos de los rosarinos que no te mueven la patita ni que una murga los pase por encima, o a las viejas cantando la única letra que saben a medias, la de “Amándote”, y con cero onda. Porque acá, en la ciudad de Fito Páez, y de Abonizio, y de Nebbia, y de Fandermole (desparejos, torpes, pedantes pero todos con una justificada chapa de cancionistas), acá el eco lejano de un candombe es algo GRASA, sí, y un tipo que se saca una foto con una camiseta futbolera para la tapa de un disco es más grasa todavía. Acá, también, los únicos que se creen poseedores del santo grial de Silvio Rodríguez son unos viejos ex “pecé”, amargos como la hiel, que seguro ya ni lo escuchan pero tampoco quieren que los demás lo escuchen… Supongo que a algunos, en el fondo, les debe dar vergüenza escucharlo, viendo el pedazo de cemento gris en que se convirtieron… Y los más cínicos hasta deben reírse de unas letras que ahora seguramente les parecerán adolescentes…

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Si me preguntaran por lo mejor de Jaime Roos, no es algo que haya hecho Roos específicamente. Es un texto sobre Roos que apareció una vez en Fuck You Tiger, un texto sencillo que a mí me reveló mucho más sobre el tipo que cualquier compendio de data o entrevista. Y eso es sobre todo porque el posteo hablaba siempre a partir de Roos, bien enfocado desde dos discos, sin trazar esa suerte de crónica de vecindario y parentesco en que parecen terminar todos los textos sobre música uruguaya, donde uno tiene que terminar adivinando si el sujeto es Roos, los Fattoruso, Mateo, Rada… Un embole.
Ahí justamente se hablaba de lo difícil que debe ser escuchar el “Siempre son las cuatro” para alguien que vive afuera, y no justamente en un exilio forzoso o desesperado: “Más allá/ del otro lado del mar/ te está esperando el hogar/ del otro lado del mar/ ocuparás tu lugar” (“Parece”). Yo envidio estas líneas… Tal vez es por lo único que siento una envidia real… Y empieza:

Cuando la fiesta se va acabando
Y desde lejos se escucha el mar
Con las guirnaldas abandonadas
Y las botellas sin terminar

Parece
Que no hubiera penas parece
A veces
Como si así fuera parece…


No me importa cuántos Fitos Páez hayamos tenido acá, casi al mismo tiempo, desgranando canciones fabulosas como “Cable a tierra”. Cuando el Chevallier sale de Retiro y bordea el Río de la Plata, a mí se me pierde la vista “al otro lado”, envidiando esas líneas. “Ansina/ Ansina no quiere más/ donde hubo patios quedan escombros/ aunque en el hombro siga acusando el tambor/… Camino del mar los vieron bajar rengueando/ llevados por la maroma de la legión/ adónde será que fueron a dar rengueando/ puteando en el entrevero de un “caracol” (“Pirucho”). “Me voy sin averiguarlo, sus versos me lo dirán” (“Hermano te estoy hablando”). Y prefiero no hablar de las bandas de Roos, porque ahí sí se me hincha la vena a reventar: el tipo jamás parece un solista con simples músicos de sesión. El tipo compone para una banda, cranea las canciones de una forma totalmente diferente a la tradición del trovador solitario. ¿Cómo lo hace? No sé. Quizás sea esa molesta cuestión del “parentesco” uruguayo…

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No es casual que uno revisite o termine comprando estos discos viejos, que no tienen recomendación ni publicidad. En estos días llegaron al diario no pocas noticias sobre Uruguay: paros y protestas de la gente del campo, de los maestros, de profesores, de médicos, del transporte… Tabaré echándole la culpa a la prensa, la prensa contestando a Tabaré… el Frente Amplio dividido no sé esta vez por qué razón… Es asombroso en cuán poco tiempo Uruguay pasó de los festejos por la victoria del Frente a todos estos quilombos (por no contar lo de las papeleras). La última vez que estuve en Montevideo fue en el 2002, en medio de una brutal crisis económica. A pesar de lo hermosa (quisiera usar otro adjetivo menos trillado pero ese es el que va) que es la ciudad, había un ambiente de empobrecimiento que la hacía bastante sombría (y por momentos más hermosa todavía…). No creo que eso haya cedido, no creo que haya mejorado, ni siquiera con el bullicioso cambio de gobierno… y me entristece realmente. Yo no vivo ahí ni voy a vivir, pero me entristece lo mismo. Entonces me agarro de esos discos de Roos, que son uruguayos, hermosos y eternos, más allá de cualquier empobrecimiento y gobierno… Calculo que para un músico debe ser agobiante estar vinculado así a la figura de su país, pero en este caso es inevitable, y supongo que no es dañino.
Ahora en el caso de Silvio… (mi mejor amiga, que es castrista, le dice “Silvio”, y yo no soy castrista pero no quiero ser menos), ahí el vínculo artista-país es un verdadero garrón. A la redacción también llegaron en estos días noticias de Cuba, o lo que puede salir de Cuba, o sea, nada. Resulta que, mientras nosotros estamos acá escribiendo en Internet como si fuera lo más natural del mundo, en Cuba hay un periodista haciendo huelga de hambre para reclamar el libre acceso a la red para todos los cubanos.
Y a mí eso me queda muy atragantado, como también me quedan atragantados los periodistas presos en la isla, los disidentes perseguidos y cagados a palos, los fusilamientos, la represión de marzo de 2003, y el ya absurdo embargo de Estados Unidos, que es el gran caldo de cultivo desde donde se victimiza y crece el régimen represivo y totalitario de Castro.
Silvio Rodríguez pertenece a ese gobierno como diputado, y si fuera una “voz crítica” como él se ufana de ser, estaría muerto y enterrado. La sola mención del nombre del tipo a mí me recuerda que está apoyando a ese régimen nefasto, que hace rato que perdió cualquier tipo de rumbo… En realidad este nudo en la cabeza me viene desde hace años… Jamás pude tararear la “Canción del elegido”. Más allá de lo admirable que me pueda parecer en muchos aspectos la figura del Che, ese tema no deja de ser una oda a las bayonetas. Y con las bayonetas no se hacen discos… Así hay varios ejemplos que me sacan ronchas, pero nunca tantos que puedan eclipsar las canciones de Rodríguez que me dejan atónita, que me hacen llorar, que me hacen feliz, que me dan ganas de escribir, de querer, de luchar. Este patrón de cortocircuitos, que van mucho más allá de la epidermis de lo ideológico, también se da con escritores, directores de cine, todo tipo de artistas. Pero en la música a mí me matan, en la música tienen una inmediatez que genera conflicto, prejuicio y hasta bronca.
La peor jugada es cuando esta paradoja te explota en la cara, como en la letra de “Días y flores”, donde la voz de Silvio Rodríguez expresa con esa precisión matemática la contradicción de la conciencia, la misma que tenemos todos, la misma que yo le reprocho… Y no puedo parar de preguntarme cómo pedirle a alguien una vuelta de tuerca, un ajuste de cuentas, cuando ya lo dijo de una vez, todo.

Si me levanto temprano
Fresco y curado
Claro y feliz
Y te digo que voy al bosque
Para aliviarme de ti,
Sabes que dentro tengo un tesoro
Que me llega a la raíz…

Pero si un día me demoro
No te impacientes
Yo volveré más tarde.
Será que a la más profunda alegría
Me habrá seguido la rabia ese día:
La rabia simple del hombre silvestre
La rabia bomba, la rabia muerte
La rabia imperio, asesino de niños
La rabia, se me ha podrido el cariño
La rabia madre, por Dios, tengo frío
La rabia es mío, eso es mío, sólo mío
La rabia bebo pero no me mojo
La rabia miedo a perder el manojo
La rabia hijo zapato de tierra
La rabia dame o te hago la guerra
La rabia todo tiene su momento
La rabia el grito se lo lleva el viento
La rabia el oro sobre la conciencia
La rabia coño paciencia paciencia
La rabia es mi vocación.