contra las cuerdas

Good night and good luck

Este es un día terriblemente triste y confuso. Igual va este pequeño anuario, canciones que hicieron más soportable este 2005.

DISCOS DEL AÑO:

-“I’m a bird now” – Antony & The Johnsons.
-“Illinoise” – Sufjan Stevens.
- “I’m Wide Awake, It’s Morning” – Bright Eyes.
- “Digital Ash In A Digital Urn” – Bright Eyes.
- “Cold Roses” – Ryan Adams.
- “Face The Truth” – Stephen Malkmus.
- “Intensive Care” – Robbie Williams.


TEMAS DEL AÑO:

-“Now That You’re Gone” / “Life Is Beautiful” / “Mockingbirdsing” (Ryan Adams).
- “It Kills” / “Freeze The Saints” (Malkmus).
- “Leah” / “Matamoros Banks” (Bruce Springsteen).
- “Sweet NeoCon” / “Laugh I Nearly Died” (Rolling Stones).
- “How Kind Of You” / “At The Mercy” (Paul McCartney).
- “Got To Me” / Vesuvius” (Vic Chesnutt).
- “I Believe In Simmetry” / “Arc Of Time” / “We Are Nowhere And It’s Now” / “Old Soul Song (For The New World Order) (Bright Eyes).
- “You Are My Sister” / Spiralling” / “What Can I Do” (Antony & The Johnsons).
- “Volvés a laburar” / “Nostalgia de purrete” / “Mostrando la hilacha” (El Berna).
- “Casimir Pulaski Day” / “Chicago” / “Jacksonville” (Sufjan Stevens).
- “Advertising Space” / “A Place To Crash” (Robbie Williams).
- “DARE” / “Demon Days” (Gorillaz).
- “Líderes naturales” / “Antonio '92” / “Eucaliptus” / “Nada que hacer” (La Hermana Menor).


DISCO DE ACA A LA VUELTA: “Mostrando la hilacha” – El Berna (ya ampliaré).

DISCO DE LA OTRA ORILLA: el de La Hermana Menor, que se editó otro año, pero no importa (ya ampliaré).

DESCUBRIMIENTO “TARDIO”: Bonnie Prince Billy.

PELICULA DEL AÑO: “Vida acuática” (nunca te dije, Fernando, cuánto, igual que a vos, me había gustado esta película)

1995

(Este iba a ser un texto “aniversario” como los del año pasado. Pero al final solamente quedó este relato inconexo y desordenado)


“La felicidad es decir la verdad sin herir a nadie”.
Federico Fellini/Guido Anselmi (“8 ½”)

En el 95 estaba sentada en el patio de una escuela de la calle Francia, esperando que llegaran los demás “chicos” que iban a estudiar Periodismo. La primera que apareció fue “Carlita”, una infartante modelo importada de la aristocracia santafesina. La verdad es que me sentía un poco turbada ante la chica: tenía una minifalda que se ondeaba con el viento, las piernas más largas que había visto en persona, y yo ahí… con un jean roto en las rodillas y una remera de los Stones… Solamente me faltaba llevar las entradas a los recitales pegadas en la frente… ¡Sí, yo vengo de ver a los Stones en River, señores, un acontecimiento histórico! Bueno, resulta que ahí a nadie le importaba un carajo sobre el tema. Y mucho menos a Carlita, aunque algunos de sus amigos del Rugby o el Polo seguro habían ido a ver a los Rolling.
“Los chicos” que habíamos empezado a estudiar Periodismo ese año estábamos ya bastante jugaditos: algunos por la edad (veníamos baqueteados de otras carreras o de los insaciables laburos del menemismo) y la mayoría porque nos habíamos metido en una escuela privada que recién arrancaba, un experimento que no teníamos la más mínima idea de cuánto iba a durar (ni cómo).
Pero ese miedo iniciático se evaporó al toque. A las semanas ya empezamos a identificarnos entre los que querían laburar de “periodistas” y los que querían “un lindo título” (un título cool), los que escribían y los que estudiaban para estar en la tele, los que iban a cumplir sumisamente y los que íbamos a incendiar la escuela si era necesario. Al contrario de lo que pensábamos, el asunto del “experimento” jugó a nuestro favor: los que sabíamos lo que queríamos hacíamos lo que queríamos (y los demás también, o nada más nos seguían). Era un concurso de impertinentes, soberbios, porfiados, vitales, irónicos, furiosos, acomplejados y hasta telentosos… Era un verdadero quilombo organizado donde nos dábamos el gusto de cambiar los programas de estudio y los profesores. Sí. Caían como muñecos los profesores. Algunos duraban apenas unas clases. ¿Alguien puede pensar que eso nos daba alguna culpa? Ni ahí. Nos cagábamos de risa en el bar de la vuelta. Organizábamos reuniones de choripanes y cerveza (y después se fueron agregando otras cosas).
Era tal el clima de ebullición y atropello que ni un momento terriblemente dramático (tal vez el más dramático de mi vida) impidió que el mismo día de una fatal noticia yo escribiera una buena crónica y el profesor me felicitara. En algún mes de ese año quedé embarazada… Era como una maldición de una “vida anterior”, de la época en que trabajaba como una burra en una cerealera. Era un amante de oficina, un yuppie en decadencia que se había colado en mis días de brillante estudiante. El desgraciado me echó de su auto importado mientras a mí me temblaban las rodillas con el análisis positivo en la mano. Después de llorar dos semanas en la cama y tomar tranquilizantes, decidí no tener al hijo de un hijo de puta y al final no lo tuve, porque en el 95 uno hacía lo que quería (y lo demás se arreglaba con un puñado de dólares-pesos-dólares).

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1995 fue nuestro Swinging London. Reíte. Con el inevitable retraso que nos llega TODO, ese año vimos a la gente correr a un aeropuerto, matarse por sacar entradas, esperar durante horas frente a un hotel… y TODO por un grupo inglés… No eran los Beatles, bueno, eran los Stones… Si venían los Stones, pensaba yo, en mi estúpida condición de princesa estudiante, podría venir TODO, TODO lo demás, TODO era posible. No lo digo con nostalgia, porque entonces me daba perfecta cuenta de lo que estaba pasando. Sería perfecto poder escribir: Fuimos felices y no nos dimos cuenta. Pero qué mierda. Nos dimos cuenta y lo disfrutamos. Solamente nos equivocamos en el cálculo. En el cálculo de cuánto iba a durar la explosión de esa felicidad. Duró más de lo que pensábamos. No vimos, como tampoco vieron en el Swinging London , que en el fondo TODO se estaba yendo al carajo… Pero quién iba a pensar en eso en medio de los 90, con los discos de Rought Trade y Sub Pop a pedir de boca, con los discos más antiguos de las tres décadas de rock a full en las bateas. Quiero decir, TODO.
Para los que podíamos mirar el pasado del rock con cierta perspectiva la cuestión era simple: pasado brillante –presente brillante- futuro brillante. Parecía que la ecuación no podía ser otra. En el fondo, otra vez, estábamos muertos de miedo. Pero era una sensación vaga, que se diluía con una canción increíble como “Wonderwall” en plena rotación, o con la milagrosa resurrección de Shaun Ryder en Black Grape… ¡Oh, el reverendo dirigiendo la fiesta otra vez, en medio de los graves y cavernosos sonidos de Tricky; de las chicas hablando de PJ Harvey, de Björk y de Garbage; de los ojos de Hugh Grant y de Damon Albarn (primer plano en el video de “The Universal”); de las rabiosas súplicas de Ashcroft; de Cope repitiendo “I’m Your Daddy”; de los guitarrazos de “Second Coming”, de las primeras sirenas de los Chemical Brothers, y de Jarvis Cocker aullando “I wanna live like common people like you”.
Sí. Duró más de lo que pensábamos. Los nuevos, los viejos, los buenos y los malos, TODOS siguieron sacando discos. Los Stones volvieron a la Argentina. Los Ramones se despidieron en el estadio de River. ¿Alguien sabe, por ejemplo, la distancia entre el 95 y Cromañón? ¿Una década? ¿Un siglo? ¿Una generación? ¿Una gran colección de suplementos Sí y No que este año tiré a la basura?

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En el fondo estábamos muertos de miedo. Y a veces en la superficie también… El gran temor era no poder trabajar como periodistas, quemar al pedo tanto cartel de que la teníamos re-clara para después resignarnos a vivir de “cualquier laburo”. Lo curioso es que la mayoría terminamos trabajando en los medios, algunos en los diarios, otros en la radio y en la tele. Pero seguro que las cosas no eran como pensábamos… Y si así eran, dudo mucho de que hayan alcanzado para hacernos mínimamente felices, aunque sea por una temporada…
Cada uno terminó haciendo lo que quería. Es cierto. “Nadie se puede quejar”, diría alguien desde afuera, mirando los años que pasaron como una película. Pero los quilombos personales, generacionales, patronales, éticos y sindicales que se generaron en los medios, mientras nosotros mirábamos muchas veces sin saber qué carajos hacer, no eran de una película… Es que ninguna cámara agarró eso: gente que había laburado junta insultándose, tirándose huevos, acusándose, calumniando… Compañeros de trabajo conspirando, amenazando, trampeando, denigrando…
Pero “nadie se puede quejar”… Estudiamos para ser periodistas y acá estamos, diez años después, en los medios. Mi vieja me dice: “Lo escucho siempre a D.M. por la radio, y también lo veo en De 12 a 14”. Y yo a veces lo veo a Martín en el noticiero del cable. Supongo que F.B. escribe sobre algunos temas que le interesan. Y M.P. sigue escribiendo en Espectáculos, porque siempre quiso ser crítico de teatro. Y además hace un programa de teatro en el cable… Pero una vez hablé con Martín y solamente escuché quejas, y M.P. sabe, como yo sé, cuánta basura, locura y tensión hay en las “livianitas” secciones de Espectáculos.
Después está A.C., el mejor del lote, como diría Tom Wolfe. Este posteo que a mí me lleva días y días entrecortados, él lo escribiría en dos horas, por ni hablar de que en 1995 él conocía a Paul Westerberg (y yo no) y que él me convenció de que los Smiths eran una banda maravillosa. A.C. sobrevive en un diario donde yo solía trabajar, un lugar a la deriva en permanente conflicto, y escribe gratis en una especie de “suplemento cultural” que él convierte siempre en otra cosa. Digo, en algo mejor que un “suplemento cultural”, algo que no tiene un carajo que ver con lo que se espera que alguien escriba en un “suplemento cultural”.
G.L. no pudo con su dispersión y se fue como loca a Buenos Aires, para darse cuenta de que poner la cara en la tele de allá no era tan fácil. Recuerdo que un día me la encuentro a G.L., la persona más adorablemente burguesa y capitalista del planeta, floreándose en el Bacifi, en el San Martín, ¡mirando esos documentales interminables sobre la vida y obra de Chomsky!! Y entonces pensé: “Bueno, es periodista, es tan periodista como yo”.
Supongo que A.E. estará enterado hasta asquearse de las miserias del periodismo deportivo. Y P.K. me contó que anda en el móvil de una radio que ya no tiene ni para la nafta. “Pero lo único que me interesa ahora es mi hija”, me aclaró. Sobre V.Y., bueno… Estoy convencida de que ella es la que mejor sabe lo que pasa en los medios… Por algo volvió al peor de los refugios, la Facultad de Incomunicación Social… Igual no me preocupa. V.Y. es una persona sensible y criteriosa. Nunca va a convertirse al rebaño de gacetilleros burócratas que Incomunicación crea en serie.

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En el 95 yo esperaba ser periodista de Espectáculos, porque ser periodista de rock me parecía mucho pedir. Diez años después, después de haber trabajado como periodista de Espectáculos en el diario donde pensaba que jamás iba a entrar, yo misma decidí irme de la sección, harta de estar harta de todo tipo de maltratos y humillaciones, harta del profundo aburrimiento de escribir cada año casi los mismos textos, con los mismos títulos, sobre los mismos “artistas”.
El “mundo del espectáculo”, tal cual lo reflejan los medios, es algo básicamente inamovible. Están esperando alguna muerte redentora, un escándalo inesperado que los saque por unas horas del tedio. Eso sí, un golpe como el de Cromañón ya es demasiado para los suplementos de Espectáculos. Necesitan una muerte, no doscientas. Cuando aspiran a cambiar no hacen más que estirar viejos clisés y reproducir más fórmulas. Eso en el mejor de los casos. En el peor solamente se dejan morir hablando de los ratings que la televisión ya machacó y remachacó 24 horas antes… Se supone que algo debe haber cambiado en el rock desde 1995, pero para ellos no. Le dieron más espacio al último disco de Oasis que a “What’s The Story…”, sin tener la más mínima idea de que la canción ya no es la misma, el público es distinto, el negocio es otro cuento.
La verdad es que prefiero perderme una nota a McCartney o a Lennon resucitado que tener que hacer la entrevista número 2.599 a los García, los Spinetta, los Dárgelos, los Andrés Ciro. La verdad es que, como dice Chiche Gelblung (Sí, Chiche! Chiche puede ser un referente, por Dios! Así de bajo cayeron los parámetros periodísticos! Es que cuando la marea baja en la costa queda CUALQUIER cosa)… El dijo hace poco que la agenda de los diarios lo deprime, porque en Buenos Aires él camina diez cuadras y ve más notas que en el diario. Chiche: acá en Rosario a lo mejor tenés que caminar veinte cuadras, pero el concepto es el mismo.
¿Qué reputa están haciendo los periodistas? Quisiera pensar que los medios los censuran, que no los dejan hacer. Y en algunos casos es cierto. Los medios quieren CUALQUIER cosa, excepto líos. Acá, en EEUU y en la Corea del Norte también. Si no pregúntele a Judith Miller (más allá de cómo haya hecho su trabajo). El New York Times le pagó un buen fangote de dólares y ¡chau Judith! ¿Qué más querés? Ya no tenés que sufrir más la hora de cierre…
Pero en otros casos nada más son los periodistas… unos alcornoques. Hay gente firmando notas que no podría firmar ni un trabajo práctico copiado de un manual de la secundaria. Hay gente que escribe con un lenguaje infantil, pero los lectores no son chicos. Hay gente que transcribe gacetillas gigantes y pone la cabeza en el pie de foto y el remate en el título. Editoooor! Editoooor! El editor se fue a tomar un café, o dice que “su gente” no sirve (lo que es cierto), o agarra la nota y la enchastra más de lo que está. Claro que hay excepciones, por suerte, pero a las excepciones algún día se les va a quebrar la espalda. Y que se entienda que estoy hablando de cuestiones básicas, que se ven cada día en el papel, no de abstracciones ideológicas, ni de transas ni corruptelas. Es más, esos “grandes temas” ya no me interesan.
¡Que vengan todos mis ex sufridos alumnos de “Opinión” y “Entrevista”! Los autorizo a colgarme de los huevos que no tengo. Viendo cómo están las cosas, los voy a aprobar a todos. Vengan que les cambio mis amarretes “dos” de sus libretas por un “cuatro”. ¡Qué cruel que fui con ellos! Les tachoneaba las notas enteras. Con razón me odiaban. Cuando yo me fui de la escuela todos aprobaron la materia. Y algunos ahora están trabajando en los medios. Hasta el simpático “Vallena” Wells está laburando (“vallena” porque una vez lo escribió así, con “v”, entre otros horrores).
Pensar que les desaprobaba los trabajos por “aburridos, previsibles, imprecisos, poco originales, con sólo un testimonio…”. ¿Qué carajo les estaba pidiendo? Tal vez lo que yo hacía cuando era estudiante. Yo buscaba diez testimonios y me quedaba con cinco. No había un solo dato que no estuviera chequeado. Preparaba y sigo preparando cada entrevista pedorra a rajatabla. Me detengo en la cabeza y busco el remate. Un puto error en el texto más insignificante me caga el día (siguiente). Y perder una nota te puede cagar toda una semana… Malhumores de mierda que jamás entenderán ni parejas, ni amigos, ni padres ni hermanos… Sé que eso les pasa a otros periodistas, a pocos, pero les pasa. No importa si “sólo” editan materiales (como si editar fuera poca cosa…) o si se están jugando la vida en Bagdad o en Colombia. Lo único que espero es que sean “pocos”… Pocos porque no vale la pena, pocos porque pocos lo perciben y nadie lo agradece. Pocos porque dentro de una redacción los periodistas ganamos más o menos el mismo sueldo. Y está bien que así sea.
Resulta que ahora cualquiera te la discute. Y no tenés más remedio que darles la razón. Hasta el lector más distraído te dice: ¿Por qué no se consiguen un diseñador gráfico? ¡Viste el error que salió en el diario! ¿Por qué no ponen unas cuantas páginas de chistes, así el diario no es tan aburrido? Che, no hay nada para leer en ese diario, son puros avisos. ¿Para qué sacan tantas revistas si son todas malas? Y bueno, yo lo compro por los clasificados… Y uno ahí, inmóvil, pensando: “Ma sí, si yo tampoco lo compraría…”.
Dios sabe que, por motivos muy diferentes entre sí, tengo razones de sobra para incendiar una redacción entera, como en los westerns quemaban los ranchos y después cruzaban la frontera con México. Pero acá la frontera no está, o no se ve, y así es que nadie puede cruzarla. Cuando el ascensor sube a la redacción la vida sin excepción me parece un verdadero fastidio (por no contar que ese ascensor tiene el único espejo en donde todos los días me veo las primeras canas). Pero cuando ya crucé el pasillo de monumentos inexplicables y placas de bronce, más los escritorios intercambiables de gente que nunca sabré lo que piensa ni lo que pensará, solamente quiero sentarme delante de la máquina y hacer mi laburo lo mejor posible (aunque “lo mejor posible” a mí muchas veces no me alcanza). Y ojalá que nunca me alcance.