contra las cuerdas

Primavera negra

“Ningún engaño te hace feliz” (Gustavo Cerati – “Artefacto”)

Todas esas reediciones de discos de rock nacional me hacen sentir mal. Me recuerdan que yo nunca fui fan del rock argentino, y que mi estantería de CDs “nacionales” está abandonada, sucia y desordenada. Que conste que siempre hice grandes esfuerzos. Siempre quise ser fan de Charly García. Pero no pudo ser. Jamás pude superar el trauma de que las canciones de Sui Generis me arruinaron la adolescencia en todos esos infames picnics del día de la primavera. Siempre quise decir que “Artaud” y “A 18 minutos del sol” eran mis discos de cabecera. Pero tampoco. La verdad es que siempre los pedí prestados. También me hubiese gustado ser fan de Soda Stereo y de Virus en los 80, pero menos que menos. Recién los entendí casi diez años después, porque en los 80 los detestaba. Detestaba toda esa “banda de sonido” de cumpleaños de 15 y viajes a Bariloche.
Así que muy lindo y valioso lo de las reediciones, pero ni hablar de poner una moneda para recuperar esos discos que bien escuché pero que nunca tuve. Eso cambió hace un par de semanas, cuando me encontré que había aparecido un compilado con los discos de Fricción. “¿Esto ya es medio decadente, no?”, le pregunto al empleado de la disquería. “Llevar un disco de Fricción, digo… esto está re-muerto… aunque la foto de la tapa ya vale el precio del compacto…”. Lo llevo, lo llevo, total, hace mil años que no revuelvo una batea de rock nacional. Total… yo una vez fui fan del rock nacional, lo que pasa es que no me acuerdo. Total… una vez lo conocí a Richard Coleman, lo que pasa es que no me quiero acordar…
Para cualquier “oreja” de la historia dorada del rock inglés y el rock americano, escuchar la radio circa 86/87 en la Argentina era un bajón. Charly García (“No voy en tren… no me banco a las hormigas…” aaaaaahhhhh), Soda Stereo y toda su “persianada americana”, los Fabulosos Cadillacs… Claro que todo estaba cubierto por un manto nada piadoso de prejuicios, pero en ese momento, lo que se entienda por “ese momento”, era una pesadilla. Eso cambió una tarde, cuando en una de mis pacientes y maratónicas escuchas del ranking Rock & Pop, apareció un tipo de voz grave preguntando (cantando): “¿A dónde morimos hoy?”. “A dónde morimos hoy” más “buscando otra celda confortable/ adonde bailar/ enjaulados”. Y era un hit, qué hit. Muy contagioso, bailable, “familiar” a mí oído. Y cómo sonaba en el radiograbador BGH (está asegurado). Impresionante. Era un hit pero estaba todo mal, era un hit que te decía que tenías que apagar la radio. “Apágalo/ está lavando tu prisión/ detergente mental…”. Y en castellano, of course. Era Fricción. Fricción, un grupo que yo hubiera tildado de “horrible” porque a veces cantaba “una mina”, o porque era del palo de Soda Stereo, o, simplemente, porque tenía un hit en la Rock & Pop. Pero “Enjaulados” era un tema “distinto”. Y Fricción también…
Ya se empezaba a ver en las revistas, en la “Rock and Pop” y en la “Pelo”. Estaban apareciendo “los distintos”: Fricción, La Sobrecarga, Don Cornelio, Sumo, los Redonditos de “Oktubre”… Todos esos que, de una u otra manera, venían a contar que algo se estaba pudriendo, que a la “primavera democrática” (nunca supe en aquella época qué significaba “eso”) se le estaba terminando la fiesta y que, de las ruinas, iba a nacer algo nuevo. Harta como estaba del “estado de las cosas” en aquel presente del rock nacional, yo abracé a los diferentes como a un profeta que había tardado una eternidad. Por entonces creía que era la única que estaba en ese quilombo. Me iba a Buenos Aires colgada de los trenes para ver a esos grupos, con plata apenas para la entrada y un café con leche en Retiro. Después me di cuenta de que toda una generación estaba abrazando la misma “causa”, pero me llevó años descubrirlo… Entonces me sentía sola en los recitales, como resistiendo no sé contra qué enemigo. La guerra, igual, no duró mucho. Salvo los Redondos, todos los demás grupos se fueron al carajo después de uno, dos o tres discos. Incluso los que yo no conocía por esa época, como Los Encargados o Los Pillos. Nadie se salvó del derrumbe económico del 89. Nadie se salvó del desgaste de los excesos y las noches largas, ni de sus grandes pero humildes pretensiones. Y siempre pensé que a todos los condenaron por ser “diferentes”. Tenían que morir cuanto antes, ya.
Después del desastre, decidí que Richard Coleman iba a seguir siendo “mi trinchera”. No era una cuestión de elección, era más bien un instinto. Coleman representaba la más fiel reproducción de un modelo que yo adoraba (Bowie-Bolan), con el plus de que era argentino, cantaba en castellano y sus letras tenían una mirada del presente que hablaba mucho del hartazgo, la amargura y los deseos de deserción que yo tenía en esos años. Yo creía que a Coleman lo habían hecho a mi medida. Lo veía como un outsider, un expulsado de la banda de García y de Soda. Lo veía como un justo y valiente “blanqueador” de toda la “vampirización” del rock argentino, frente a la hipocresía de los que hacían cualquier cosa para ocultar sus influencias (y lo siguen haciendo). Coleman literalmente vampirizó a Bowie, Bolan, The Cure y Joy Division en sentidos musicales y estéticos, y al mismo tiempo se despachaba con el increíble cover de “Heroes” y escribía columnas en los diarios hablando de sus ídolos. Recuerdo a Coleman escuchando los discos de estos tipos… Al rato decía: “Vamos a sacarlos, son demasiado buenos, no?”. Y después se mandaba una risotada… pero no había ninguna alegría en la risa de Coleman.
Lo que no sé es si Coleman alguna vez se habrá enterado de cómo se rieron y se ríen de él. Y bueno, yo también me río con algunos chistes sobre el quía. ¿Cómo no te vas a reír? La última foto que vi de él en una revista creo que se la había sacado en un cementerio… Y estaba vestido de negro, por supuesto. Y diciendo que sí, que él es el gran dark argentino, o que quiere dejar de serlo, o que le da lo mismo… ¿qué diferencia hace todo, no? Ninguna. El prototipo de Coleman quedó para la historia y para el chiste: el dark, el vampiro, el hermano loser de Cerati… Y como todo prototipo no lo cree nadie. Es una caricatura, una mentira. Ya no importa lo que diga. Hasta él se ríe de todo eso... Lástima que es una risa engañosa.
A Coleman lo conocí en el 92, en Halley (¿era así?), una vez que tocaban Los Siete Delfines. La primera formación de los Delfines, con Gamexane. Un lujo…y un bardo. Le hice una entrevista para un medio que no existía, mientras me daba cuenta, a mi alrededor, que la banda era un caos. “Estoy podrido de este quilombo”, dijo Coleman, y fuimos a charlar a otro lado. No recuerdo bien lo que hablamos, esencialmente recuerdo a Coleman como un personaje “tambaleante”, triste. Todas sus historias eran de despelotes, accidentes, “locas”, como él decía. La banda y Coleman no andaban muy de compinches. Nunca me quedó claro qué parte no aguantaba a la otra. Gamexane, completamente sacado, balbuceaba que Coleman y Cerati estaban metidos en no sé qué rito satánico. “Y el diablo los cagó a los dos, estos boludos”, decía. Los seguí un tiempo para una nota que al final no escribí, porque consideraba que ya estaba muy cerca del grupo. Una tontería, pero es así. Quién sabe adónde fueron a parar los apuntes. Lo que me quedó es esto. La certeza de que Coleman no era un personaje que se había construido para sí mismo. Coleman era así. Llevaba adentro toda esa ropa negra, ese cementerio de la foto. Uno no sabía si era un sobreviviente de los 80 o si era alguien que apenas alcanzaba a morirse todos los días.
Coleman puede salir a decir que come lechuguita y que se fue a tomar sol a Los Angeles. Yo no lo creo, no es así. Ningún sol va adonde va Coleman. Y él se ríe, todos se ríen. Yo no puedo. A lo mejor, si nunca lo hubiese ido a buscar por una nota trucha, podría. A lo mejor, si no lo hubiese vuelto a ver en el 98, en una casa vieja, prácticamente abandonada de Flores, donde ensayaban los Delfines… No sé. Ahí le hice una larga entrevista que sí se publicó. Pero el tema era la casa, el lugar era horrible. Hacía un calor insoportable. Yo pensaba: cualquier grupo pedorro está ensayando en un lugar mejor (como ahora, que cualquier perejil ensaya y graba en “quintas”). Recuerdo ese vaso siempre lleno de whisky, en precario equilibrio, que temblaba sobre los equipos mientras Coleman tocaba la guitarra. “Bueno, Richard, me voy, ya es tarde”. “Pero ey, nos estamos viendo. Vas a ir al recital, no? Siempre nos estamos viendo, eh”. No. No nos vimos más. No fui a los recitales. Nunca más escuché a los Delfines. “Qué buena la nota”, me dijeron. “Qué notón”. No. Ojalá no la hubiese hecho nunca.
Ahora los temas de Fricción suenan tan bien en el equipo como sonaban en el pobre BGH que todavía sobrevive en la casa de mis viejos. Qué remasterización ni remasterización. Es la banda. Son los temas. Es la ambición desmedida de Coleman, es eso que lo hizo el más perdedor de todos… porque Coleman quería ganar. Nunca fue un songwriter militante, ni un punkie suicida, ni un artista del under. Sus modelos eran estrellas. Famosos. Talentosos. Quemados. Sobrevivientes. Ricos… Era esa tensión entre la absoluta ambición y la conciente incapacidad de lograrlo, lo que convirtió a algunas canciones de Coleman en pequeñas piezas brillantes, oscuras y copionamente únicas.
Jamás volví a escuchar el tono fatalista de “Sin plegarias” (“sabes el fin de horas furiosas…”), ni la sentencia de “Amar con lástima” (“no se pueden sostener pasiones lánguidas…”), ni el grito final de “Máquina veloz” (“Nadie me espera”). Y menos, mucho menos volví a escuchar a alguien preguntar “¿A dónde morimos hoy?”. ¿Y el saxo? ¿Y las guitarras? ¿Las guitarras de “Never Du Nozin” (“se dio en el bar la forma de algún fin/ termina la noche/ y olvida su nombre…”)? ¿Y un choreo a The Cure tan asquerosamente bueno como “Tu orden” (“en cada lugar/ caerás/ si nadie te abraza/ lo harás”? ¿Y toda esa maldad femenina resumida en “Perdiendo el contacto”? Nada. Un vacío total. Nada quedó de “los distintos”, ni transformado, ni diluido, ni siquiera vencido. Escucho los temas de Fricción y el primer compacto de Los Delfines con la extraña sensación de que nunca existieron. No hay ninguna reedición posible. Los discos de Fricción están en este compilado, están acá, ahora. Yo ya me olvidé de la risa de Coleman, pero estoy feliz porque me acordé de la verdad: me acordé de volver a escuchar esos discos de Fricción. Me acordé de que esta primavera es tan negra como todas las otras.

Palo y a la bolsa

“Cuando no quede vida por mirar/ y te enteres de tu imagen proyectada/ no te estrelles…” (“Imagen proyectada”, “Don Cornelio y la Zona”, 1987).

No sé por dónde empezar. Aunque primero habría que mirar el contexto. El rock nacional salió a vender (hace rato), pero ya lo está haciendo de una forma cargosa y hasta obscena. Una cosa es presentar un disco de estudio o adelantarlo, y otra es presentar en vivo un disco “en vivo” (¿?), despedirse de un disco (¿¿??), presentar en vivo un video (¿¿¿???) o tocar con la excusa de cualquier aniversario. Eso por no hablar de los festivales, una calesita donde pasan siempre las mismas caras con la misma musiquita. Es como si alguien les estuviese diciendo a los músicos: “Vamo, vamo, a ver si se avivan y se nos termina la joda”. Después están los casos bochornosos, como el de Fito Páez, que sale a “explotar el momento” con un disfraz de entusiasmo tan ostentoso que sirva bien para esconder lo obvio: todo se reduce a tocar “cualquiera” con tal de garpar los excesos y las festicholas de los 90 (Circo beeeeeeat).
Lo que nunca imaginé es que algún día podría terminar asociando a Palo Pandolfo a toda esta historia. Palo Pandolfo y un disco de covers (otro más y van). Palo Pandolfo y un disco de covers “ecléctico” y lleno de invitados (otro más y van). ¿Qué pasó? No sé, habría que hablar con el tipo. Hablar con Palo por teléfono ya es toda una experiencia. Empieza a charlar en una especie de susurro, como si tuviese vergüenza, pero al rato, casi sin que uno se dé cuenta, ya está re-incendiado, hablando como en medio de un piquete, tragando el humo de las gomas quemadas. En ese estado, si vos le decís a Pandolfo “vamos a robar un barco para navegar por el Pacífico”, el tipo seguro te responde: “Y sí, dale, estaría bárbaro”… Supongo que en ese estado, y también con ese espíritu de entusiasmo, habrá aceptado grabar un disco de covers, el “recurso artístico”, el “oasis comercial”, el “capricho”, el “antojo” más trillado y a esta altura exasperante de los últimos años.
Sin embargo, “Antojo” no es un disco de covers más. Y no lo digo por el repertorio ni la parte artística, en eso se parece bastante a todos. Lo digo porque “Antojo” se debería haber llamado “La demora”, porque dejó en el camino inútilmente a un disco increíble, al cual ya se le pasó el cuarto de hora, y que encima lo patearon (Palo y su nuevo sello) para el año que viene. ¿Qué quedará de “Intuición” ahora? No sé.
“Intuición” era el disco que Palo ya tenía medio cocinado para el 2002 (aunque los demos que yo escuché son del año pasado). “Intuición” era un disco para sacarlo así, como en los demos, sin nada de producción ni lista de invitados. “Intuición” era el gran disco post-diciembre-2001, un disco sobre estar en la lona después del quiebre, un disco para bailar en patas en el patio de la casa de piso de tierra, con vino barato y alegre, mientras los deudores se llevaban las cosas que la familia se había comprado en el 1 a 1 (En realidad Palo estaba pasando por una situación parecida, aunque muy distinta a lo que yo imaginaba).
Solidario, soñador y también hedonista, “Intuición” es el disco-rockero-de-no-rock, el disco de fogón eléctrico, el disco de rock bailable que en la Argentina todos quieren hacer y a todos les sale para el tuje. Sin embargo, lo mejor del disco no es salir a medirse con nada ni nadie, sino estar en sí mismo. Lo mejor de “Intuición” (de esos demos ya a punto en el 2003) es lo mejor que tenían los dos discos de Don Cornelio: esa cualidad de contener al tiempo, más que retratarlo o representarlo. Comparativamente, “Intuición” podría ser una cruza entre los hits más descuidados de Los Visitantes y la resignificación de un hipotético “Patria y muerte”.
Todo eso está en temas como “En la huella”, “Argentina 2001”, “Intuición”, “Hambre” y la intensa y adictiva “Otra canción”. También están las spinetteadas, obviamente, como “La idea”, pero hasta yo pagaría por una spinetteada así. Y por “Verte afuera”, ni hablar. Yo pago por estas canciones nuevas (?) y Palo Pandolfo sale con un disco de covers. Dejate de joder!!! No lo podía creer cuando lo vi en el diario. Es un disco de covers! Que los parió. Y para colmo es un disco de covers que empieza asesinando (para no resucitar jamás) a “Ashes To Ashes”, una canción conceptual en sí misma, que es una continuación de otra, que no se puede “traducir”, y menos si vas a reemplazar una expresión como “funk to funky” (de mal en peor) por “ritmo y joda” (¿¿¿???). Para eso hubiese grabado una “Panic in Detroit” o algo así, o, mucho mejor, una versión de su propia “Conversación triple”, el mejor homenaje que le podría haber rendido a Bowie (la gran paradoja de “Antojo”, y que suma más puntos para “Intuición”, es que “los clásicos” de Pandolfo no desentonan para nada con el resto).

Yo sé que un disco de covers es mucho más fácil de “vender”, al menos a nivel mediático, que cualquier otro. Poner en una bajada nombres como “Bowie, Radiohead, Silvio Rodríguez, Aznavour…” es un gancho de atención indiscutible. Lo mismo corre para las listas de invitados. Pero también sé algunas cosas que nunca querría haber sabido. Palo me había contado que su plan era sacar “Intuición” bajo el nombre de La Fuerza Suave, su banda de entonces, pero que así ninguna compañía se lo aceptaba. El gran problema era, en realidad, que él no tenía un mango para editarlo por su cuenta. Palo hablaba de “un montón de deudas” relacionadas con una casa que había comprado, y que yo recordaba, en sus palabras, como “un terrenito donde se estaba construyendo una casa con mucho sacrificio”. Yo asociaba esta “expresión”, que él había largado espontáneamente, con la siguiente imagen: un terrenito perdido y barato en el Gran Buenos Aires, la casa levantándose ladrillo por ladrillo, mientras el songwriter le daba a la acústica y los chicos correteaban semidesnudos tipo campamento hippie… Y sí… yo ví muchas películas de Hollywood. Sobre todo “The Palo’s Picture”, desde los tiempos inmemoriales de Palladium hasta aquel tierral que se levantaba en Ferro cuando tocaron Los Visitantes en el 96. “La luz de todos los colores cantando…”. Un peliculón: El working class hero llega a revelación del rock a puro talento. Se vuelve oscuro, profundo, coherente. Su época lo bendice y él se rebela, pero vuelve igual y distinto, oscuro y luminoso, se funde y se confunde con todos los que lo escuchan, la gente lo aplaude, ahí está su pueblo. Sus canciones nacieron para ser escuchadas… Entonces puede construir su propia casita, de donde sólo saldrán más canciones…
Un peliculón, y todo “basado en una historia real”… salvo la parte de la casa.
Un día me entero de que Palo Pandolfo se había comprado a crédito un caserón de más de 100 mil dólares. ¡¡100 lucas verdes!! Una mansión antigua rodeada de pileta, cancha de fútbol, tenis y vóley, además de un terreno enorme para andar a caballo y otros menesteres. Menos mal que “La izquierda exquisita” es sólo un libro (y que no se escribió en la Argentina).
Después sí se vino una digna del “E! True Hollywood Story”: Se cayó el contrato de Los Visitantes con Universal, la banda se fue al carajo, el demorado y pomposo debut solista de Palo se dio de jeta contra diciembre del 2001, su matrimonio explotó… Un desastre. Pero en lo único que podía pensar yo cuando escuchaba los demos de “Intuición” era que el disco no podía salir por las deudas de esa fucking casa pretenciosa de nuevo rico con un contrato discográfico argentino trucho. Y es en lo único que pienso cuando escucho este fucking disco de covers: Palo y a la bolsa y a vender espejitos de colores en este rock argentino de saldos y liquidaciones.