contra las cuerdas

La voz de los 80

Vacaciones ¿Qué es lo primero que “veo” en Santiago de Chile? Un afiche callejero que anuncia a todo color a Morning Glory, una banda que hace covers de la era dorada del brit pop. Pero no era solamente eso. El afiche prometía una fiesta con pura música de la época, una celebración del “hedonismo y las guitarras”, según habían escrito. Algunos días más en Chile y me di cuenta de que las principales ciudades del país estaban virtualmente empapeladas con este tipo de afiches: la “fiesta de los 80” con fotos de Madonna, Human League y Blondie; la “fiesta aniversario” del recital de Depeche Mode en Chile; que “la noche de” los Smiths y Morrissey; que las “fiestas alternativas” con música de Joy Division, New Order, Radiohead, Chemical Brothers y Placebo; que las fiestas “Gothic / Dark”, y más fiestas “brit pop” con Suede y Blur al por mayor. En un plano menor (menos presupuesto) se publicitaban tributos y más tributos a Los Tres, U2, The Police y Los Jaivas.
Lo curioso es que todo esto no se reflejaba en las disquerías (invadidas por ¡¡rock sinfónico//progresivo!!) y mucho menos en las radios más populares, que pasan un catálogo de cantantes melódicos hispanos en una especie de orden alfabético.
Pero en medio de toda esa promesa de diversión del pasado, Santiago parece la tierra prometida de los que viven como si el rock hubiese nacido en los años 80. Y hay muchos, de uno y del otro lado de la cordillera… Nada de eso podría sonar extraño en el país donde alguna vez triunfó Soda Stereo, donde Cerati armó sus pseudos proyectos electrónicos, donde florecen los DJs trendy y donde los brillos del neoliberalismo de papel maché se mezclan con los mendigos profesionales…
De todas formas, ese asunto de la nostalgia feroz se pasó tanto de rosca que, en la columna “Acido chileno” (de la bastante penosa edición chilena de la Rolling Stone), un tal Felipe Bianchi Leiton se calienta hasta decir: “¿Dónde están los putos músicos jóvenes? ¿Están haciendo covers? … Apenas sobrevivimos ejercitando la nostalgia por lo que fue, pero también por lo que no ha sido. La nostalgia del presente, que es la más cruel de todas”.

¿Qué habrá quedado -me pregunto- de “La voz de los 80”, uno de los temas emblemáticos de Los Prisioneros, el grupo de rock chileno emblemático de los años 80?

“…los hippies y los punk tuvieron la ocasión
de romper el estancamiento
en las garras de la comercialización
murió toda la buena impresión…”

Eso cantaban Los Prisioneros en el 84. Ahora, a simple vista, parece que los 80 hubiesen caído en las “garras de la comercialización”, de los souvenirs, los juguetitos y las fiestitas.
Detrás de ese fenómeno, sin embargo, hay algo un poco más complejo. ¿Qué decimos ahora cuando decimos que las letras de Los Prisioneros son mejores que las de sus contemporáneos argentos? ¿Qué son contestatarias, que rebalsan de “conciencia social”? ¿Qué tienen títulos como “Muevan las industrias”, “Por qué los ricos” o “Latinoamérica es un pueblo al sur de los EEUU"? Sí, obviamente.
Pero ese aspecto sigue siendo superficial. Las letras de Los Prisioneros permanecen por ser agrias más que oscuras, descarnadas más que sinceras, adolescentes sin vergüenza, inmaduras sin respeto, contradictorias sin miedo.

“…te crees revolucionario y acusativo,
pero nunca quedas mal con nadie…” (“Nunca quedas mal con nadie”).

“Es como el rock'n roll, pura música basura
un poco transformada para que suene igual…
plagiando y copiando como todos los demás…” (“We Are Sudamerican Rockers”).

“No es chiste ser mayor
paren mi reloj por favor!” (“Quieren dinero”)

Es así. Los Prisioneros no querían crecer, querían quedarse en los 80 con su juventud, su rebeldía, sus promesas de cambio, sus desafíos. Ahora siento que le pasa lo mismo a esa generación que vivió su adolescencia en los 80, con la música de esa década como gran (o única) referencia (post punk, pop, noise, tecno pop, madchester, shoegazing y hasta post rock). A veces los siento aferrados caprichosamente, aferrados al eco de los sonidos, los souvenirs, las fiestas, como queriendo volver a una etapa feliz y despreocupada, sin el fardo de la adultez, los laburos, los hijos, los impuestos, los jefes. Otras veces (las más escasas y afortunadas) tengo la imagen de que detrás de esa nostalgia se esconde un deseo muy fuerte de cambiar el presente, y hasta se podría llegar a filtrar un poco de futuro.

“En plena edad del plástico
seremos fuerza, seremos cambio
no te conformes con mirar
en los ochenta tu rol es estelar…
Deja la inercia de los setenta, abre los ojos, ponte de pie
escucha el latido, sintoniza el sonido
agudiza tus sentidos, date cuenta que estás vivo…”

Es la inocente esperanza de que “la voz de los 80” todavía tenga algo para decirnos.

Todos fuimos a la escuela

ANTES: Siempre que veo una “película de rock” tengo expectativas desmedidas. Será porque es lo único que puede reunir las dos cosas que me apasionan (el rock y el cine). No importa de quién vengan ni qué críticas hayan recibido. Hice todo tipo de malabarismos para ver “Velvet Goldmine” (una joya) y “24 Hour Party People” (me divertí) en la pantalla grande, como corresponde. Entonces nada me costaba ir a ver “Escuela de rock” en un cine que me queda cerca. Iba con poca información sobre la peli. No quería hacerme un mundo de preconceptos (algo que me pasó con “24 Hour…”).


DURANTE: Empieza la película. Todo mal. El gordo Jack Black está en una banda hardrockera de cuarta. Encima él pretende hacer solos larguísimos a lo rock sinfónico, y después se tira del escenario a lo “que punk que soy”. Ahí está: el tipo quiere ser una enciclopedia de rock “tocante”.
Lo que viene después es un poco peor: el rock como estilo de vida convertido en caricatura (“un concierto puede cambiar al mundo”, la pureza del rock manchada por la MTV, etc.). Aparece en escena un curso de niños al mejor estilo poster de Benetton (gordos, flacos, negros, pelirrojos, nerds, rebelditos, etc). Ahí (una escuela high class) Jack Black arma una banda de rock con la misma metodología de “Popstars” y “Operación Triunfo” (técnicas de imitación, incitación a la actitud prefabricada, repartija de roles tipo comedia musical).
La sola idea de que el rock puede ser enseñado (no su historia, esa es otra discusión) a pura lección (con calificaciones, premios y castigos) ya da un poco de escalofríos. Y ni hablar de que si a mí alguien me hubiese recomendado un compacto de Yes como “inspiración musical” me habría terminado dedicando a la botánica. Y que el punk visto como sinónimo de Ramones ya nos tiene a todos repodridos. Y así siguen las quejas…
Claro que me sentí identificada cuando el tipo les habla a los pibes de Zeppelin y los pendejos no entienden nada. Enseñé hasta hace poco en una escuela terciaria y la actitud de gente (con 15 años más) era exactamente la misma. A lo máximo que llegaban era a Soda Stereo. Y bueno, por ahí sonó “Moonage Daydream” o un lejano Marc Bolan y es difícil hacer que no pasó nada (¡está sonando nuestra canción!). Y también están los posters de los Who, la calco de Fugazi en la habitación del tipo, y te acordás de un montón de cosas…
Pero ya todo ese final de padres indignados porque sus pequeños hijos tocan rock, y al minuto fascinados porque sus nenes son aplaudidos por un local repleto, toda esa metáfora de triunfo social que significa el éxito rockero, y presentada así en versión Disney, me terminó por sacar de las casillas. Y el asunto no termina ahí. Después el gordo sigue aleccionando con la Biblia de AC/DC bajo el brazo, mientras uno trata de leer las canciones en los créditos, y los pendejos siguen gritando y haciendo de “virtuosos”. Insufrible.

DESPUES: Llego a mi casa y me pongo a buscar alguna data de la película, a chequear la banda de sonido…rutina. Empiezo a buscar si tengo el tema de Marc Bolan… Y como por inercia me pongo a mirar la discoteca entera. “¿Qué tengo yo de toda esa “escuela de rock” de la película?”, me pregunté. Ni que decir que ni un solo disco de Yes, y tampoco un disco de Pink Floyd (eso sí ya es bastante bochornoso. Doy fe de que los escuché a todos…¡por eso no los tengo!).
Pero momento, hay un compilado de Deep Purple y un disco (uno!) de Led Zeppelin. Y me acuerdo… Me acuerdo cuando escuché por primera vez “Living Loving Maid (She’s Just A Woman)” y pensé que la felicidad era muy breve, sólo 2 minutos con 39 segundos, y también pensé que la felicidad era perfecta, porque después escuché los temas de 10 minutos de Led Zeppelin… ¿Y “Highway Star”, de Purple? Cuando la escuché por primera vez… yo nunca pensé que una canción podía ir “tan rápido”. Y es bárbara, a pesar de todos esos teclados de Jon Lord. Es como una “Living Loving Maid” que no se termina nunca. ¿Y qué más? Paso por el living y veo todos esos libros de la historia del rock, todas esas biografías autorizadas y no autorizadas, mis viejos videos (jamás los miro) de recitales y más recitales, y lo peor de todo: las cientos de bolsitas de supermercado que se apilan en un placard, tratando de contener las Pelos, Rock and Pop, Rolling Stones amarillentas de los 80, Spins, Sís y Nos (más amarillentos), Revolvers, EEMMs, algunas Expreso Imaginario que heredé de un amigo y una bolsita de “unders” (recuerdo “El avispero” y “La libélula”).
Esa es “la escuela del rock”, y todos fuimos a la escuela, casi sin darnos cuenta. Se me aparece la imagen de Jack Black, en la película, anotando en el pizarrón esos cuadros sinópticos llenos de nombres y flechitas que explican la historia del rock a través de la relación entre los distintos géneros. ¿Quién no se sentó alguna vez a “seguir” esos planos enmarañados, tratando en vano de entender de dónde corno viene el soul o qué carajos es el R&B? ¿Quién no creyó alguna vez que conocía “todo” sobre el rock solamente porque se sabía de memoria esos cuadritos?
¿Y los videos? ¿La gigantesca ilusión de “experimentar” el espíritu de una época viendo un video del primer Roxy Music, de Joy Division o de Dylan en los 60? Recuerdo esos videos que contaban la historia de algunas bandas. Yo grababa los textos y los transcribía en cientos de hojas rayadas que no tengo ni la más mínima idea de dónde pueden estar guardadas.
Esa es “la escuela del rock”, y todos fuimos a la escuela. ¿Y los Jack Black? ¿Todos los profesores Jack Black que hay en este mundo? ¿Quién no se cruzó con un gordo o con un flaco que usó todo tipo de artimañas para convencerte de que “esta banda te parte la cabeza”? ¿O que te prestó todos los discos de un grupo hasta que “uno” finalmente te gustó? ¿O que te invita a comer a su casa y al toque te encaja un video y empieza su blah, blah, blah sobre las maravillas de tal banda?
Alguna vez también todos fuimos Jack Blacks. No enfrente de una clase de escuela primaria, pero sí todos tuvimos (de hecho o en sueños) un programa de radio donde poníamos los temas que pensábamos que la gente debería escuchar. Aún sigo creyendo que los tipos que hacen programas de rock, que preparan tan prolijamente su lista de temas, lo hacen con ese espíritu de “escuela”, con esas ganas irreprimibles de enseñar algo, más allá de qué tipo de escuela de rock estemos hablando. Porque los distintos tipos de escuelas de rock ya son otra historia…